Las redes sociales son el perfecto escondrijo para que se desarrolle la vis cómica de aquellos que, por timidez o por vergüenza, no se atreven a soltar sus ocurrencias a pecho descubierto. Es una tendencia que las propias redes sociales han acordado llamar ‘cuñadismo’, en clara referencia al estereotipo de ese familiar ‘apegado’ que solo aparece (afortunadamente) para ‘amenizar’ fiestas de guardar.

Es una tipología curiosa porque el cuñado sabe de todo y, lo peor, habla de todo. Lo mismo da que no haya visto jamás un balón de fútbol que el cuñado opinará sobre si Cristiano Ronaldo estuvo flojo en el clásico o si el fuera de juego de Luis Suárez era ajustado al límite. Es indiferente que el cuñado no haya freído un huevo en su vida que él será quien otorgue el delantal de oro a la suegra cocinera (aunque ésta haya quemado la paella) o quien conceda la estrella Michelin al tabernero de la esquina por sus inigualables torreznos. Y así hasta el infinito, porque como hombre renacentista de postín, el cuñado no tiene límites en el alcance de la sabiduría.

Últimamente, ese ‘cuñadismo’ también ha asaltado a los políticos, que ahora (casualmente hay elecciones en menos de un mes) son capaces de encontrar soluciones a problemas que llevan enquistados desde hace generaciones. Y, por supuesto, como buenos cuñados, controlan las raíces que han hecho aflorar todos esas cuestiones y tienen un remedio infalible para cada una de ellas. Y, claro, lo difunden a todo aquel que quiera (o que no le quede otro remedio) escucharles.

Quizás es hora de que se alíen todos –políticos y cuñados– en una institución que los englobe bajo la universal denominación de ‘cuñadismo nacional’. Igual nos iría mejor. Sí, asiente mi cuñado. Palabra del señor (cuñado).