A quien haya tenido la suerte de visitar Bruselas, le habrá resultado imposible ignorar el mastodóntico complejo de edificios que ocupan las oficinas de las instituciones europeas. Para el que no haya visitado la capital belga, deberá conformarse con una mera aproximación mental pues resulta difícil describir la amplitud de los terrenos que necesitan el Consejo comunitario, el Parlamento, la Comisión y demás parafernalia europea. Eso, sin mencionar las instituciones que tienen sede en Estrasburgo, Luxemburgo, Fráncfort, La Haya… Y por supuesto, sin contabilizar cuántas personas, entre representantes y funcionarios, se mueven entre los pasillos comunitarios.
Dado su gigantesco aparato, las instituciones de la Unión Europea suelen tener la mala fama de lentitud en sus resoluciones y poca agilidad en sus directrices. Hasta cierto punto es lógico. Lo que no es en absoluto justificable es la pobre respuesta que la UE está dando a los problemas acuciantes que afectan a algunos (si no a todos) de sus países miembros. Y especialmente con el asunto de los refugiados.
Es lamentable que la Unión Europea –formada por 28 países, con sus consiguientes recursos– no sea capaz de articular una solución para el dramático goteo de refugiados que llevan ¡meses! gritando auxilio. Es terriblemente decepcionante que los 28 hayan optado por taparse la nariz y olvidar las violaciones de derechos humanos de las que Turquía suele hacer gala. Así, y previo pago de vergonzosos fondos, será el país de Erdogan el que se haga cargo de los refugiados. Con el consiguiente chantaje que, sin duda, ejercerá el país otomano.
¿Y para esto son necesarios casi setenta años de Unión?