Llega San Mateo y me caliento. No puedo evitarlo. Y siento lástima, nostalgia más bien. No voy a entrar en las críticas a la programación musical, que está muy manoseado el tema. Tampoco azotaré al Ayuntamiento por la calidad de algunas propuestas, porque sé de buena tinta que el presupuesto da para lo que da. Y lo entiendo, de veras. En esto de la organización de las fiestas, pasa como con los entrenadores de fútbol: todos sabemos mucho más quien se ocupa de ello.
Pero sí que me voy a venir arriba para que hoy, día 21 de septiembre, San Mateo, quien corresponda se plantee un par de preguntas.
Porque ¿de verdad quiere hacernos creer el Ayuntamiento (sea el que sea, porque lo han hecho todos) que, cambiando casi cada año las fechas de las fiestas, animan a que la gente se acerque a (o se quede en) Logroño? Por cierto, el argumento de que los hosteleros así lo prefieren no es válido. Debería ser una cuestión decidida mayoritariamente por todos los logroñeses, y no solo por un sector de negocio. Claro, que seguro que el gremio de las agencias de viajes también prefiere la ‘maravillosa idea’ de la semana natural… ¿Alguien se imagina que los Sanfermines o las Fallas cambien de fecha por el capricho de unos pocos?
Asimismo, llevamos años discutiendo (con reminiscencias políticas incluidas) sobre si el color del pañuelo es rojo, vino o azul, como si eso fuera lo principal de las fiestas. ¿Se ofende alguien por que el respetable luzca un pañuelo, digamos, amarillo fosforito?
Mantengamos, pues, estas tradicionales polémicas tan logroñesas y dejemos que hoy nos imbuya el espíritu del santo, que al fin y al cabo, sólo se celebra una vez al año: ¡Viva San Mateo!