Semanas después de amanecer con la epatante visión de que Donald Trump es el nuevo presidente electo de Estados Unidos, toca dejar de frotarse los ojos y abandonar los razonamientos hipócritas.
Según los ‘sesudos’ analistas políticos y las encuestas (¡vaya papelón, por cierto!), resulta que solo parece haber un razonamiento que explique la victoria del candidato republicano: que los americanos son unos paletos.
Al menos, no son los únicos porque, de la votación del ‘brexit’ solo se ha extraído la misma conclusión: los ingleses también son unos paletos. Y del referéndum por el acuerdo de paz (¿?) con las FARC: ¿los colombianos? ¡Otros paletos! Y los griegos, cuando dieron el poder a los antitodo de Tsipras: ¡otros votantes paletos! Y los madrileños o barceloneses, que se dejaron convencer por los argumentos populistas de Podemos: ¡otros paletos! O los votantes del PP, que han vuelto a aupar a Rajoy a la Moncloa, pese a la corrupción y los recortes: esos, los más paletos. Y punto.
Lo impactante no son los resultados en sí, sino que nadie se haya parado a analizar en profundidad no las razones de dichas elecciones, sino los argumentos que expliquen por qué los votantes no escogieron las a priori infinitamente mejores propuestas.
Y es que es fácil admitir que Trump es un patán, ignorante, xenófobo, machista y defraudador de impuestos. Lo que, de hecho, es díficil de comprender es cómo, teniendo enfrente a un rival tan supuestamente inferior, Hillary Clinton (o el sí en el ‘brexit’ y en el referéndum colombiano, o los partidos tradicionales en Madrid y Barcelona, o la oposición en el Congreso o…) no haya sido capaz de hacerle frente con un mínimo de dignidad.