Hace más de cuarenta años que desapareció el dictador Franco y con él, muchas prohibiciones que coartaban las libertades ciudadanas. Desde entonces, en ninguna de las ¡doce! legislaturas que ha vivido la sociedad española se ha acometido una de las medidas más sencillas de adoptar y a la par, más difíciles de acordar.
En estas décadas, así a bote pronto, se me ocurre contabilizar al menos dos manifestaciones fijas al año: la del 8 de marzo, día de la mujer; y la del 1 de mayo, día del Trabajo. Esas, sin buscar. Y luego, habría que tener en cuenta todas las movilizaciones, marchas o protestas que el discurrir de la actualidad va generando, que no son pocas; ya sea por ejemplo una concentración de repulsa por un asesinato machista, ya sea un desfile reivindicativo del orgullo gay.
Bueno, pues en todas esas manifestaciones, movilizaciones y concentraciones se da siempre la misma paradoja: nunca se sabe con certeza el número de asistentes. Es indiferente que sean o no masivas. Da igual treinta que trescientos mil. Y tampoco importa si son polémicas o no.
El caso es que en más de cuarenta años de movilizaciones de toda índole no disponemos (nadie) de una herramienta fiable que contribuya a esparcir un poco de paz al menos a la hora de contabilizar asistentes a una manifestación. Y eso suscita que los medios, por ejemplo, nos veamos obligados a titular con generalidades ridículas como «miles de personas» o «una marea humana» para contar eventos como el del domingo.
Por eso, sería deseable instar a los gobernantes a consensuar de una vez por todas un criterio general y único. Para que uno y uno sumen realmente dos. Y no medio millón. O un cuarto.