Sería hasta divertido si no fuera porque siempre quedamos los mismos a los pies de los caballos. Hay polémicas vacías, que no requieren una atención más allá de lo anecdótico. Pero algunos se empeñan en buscar problemas, como si tuviéramos pocos ya. Resulta que el aún presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha puesto a España y su gestión de la crisis como modelo a no seguir en absoluto. Para ello, echa mano del argumento fácil de lo mal que lo han hecho los socialistas en España para arengar a los suyos en contra de un voto de izquierdas que, según las encuestas, puede dejarle fuera del Elíseo.
Y aquí alguno se ofende porque estima que nos falta al respeto. Y
se enredan en acusaciones vacuas que no nos hacen favor alguno. Pero aquí nadie dice que entre ellos se han atizado de lo lindo, de igual manera que lo ha hecho Sarkozy, poniendo como ejemplo nefasto a Grecia. Se ve que los griegos no deben de merecer el mismo ‘respeto’ por el que algunos claman ahora.
Seamos claros. Si bien es cierto que a nadie le gusta que le coloquen las orejas del burro de la clase, Sarkozy no ha hecho otra cosa que ejemplificar –de forma algo burda, de acuerdo– la mala gestión de la crisis de la que hemos ‘disfrutado’ en estas latitudes.
Seguramente será casualidad que los países que más dificultades están pasando por la recesión sean los que han estado gobernados por ejecutivos de izquierdas. Pero en política, como en el amor y en la guerra, todo vale. O eso dicen. Y Sarkozy ha lanzado un arma que siendo algo ‘faltona’ no deja de ser cierta. Les voy a decir una cosa. A mí me importa poco lo que diga el señor Sarkozy. Me importa mucho más lo que no dicen –o no reconocen– los que tengo en casa. Todos ellos.