Me van a perdonar, pero ando algo triste esta semana. Es que no sé si voy a llevar bien la despedida de ese pequeño gran homme que era Nicolas Sarkozy.
No se me revolucionen que no es que comulgue con sus propuestas de austeridad y todas esas mandangas. Para nada. Es que una es una romántica patológica y no veo yo muy partidario al monsieur Hollande ese a mantener esa relación tan especial con la señora Merkel. Esas miradas acarameladas ante los socios incumplidores, esos susurros cariñosos en plena cumbre europea, esos guiños de comparecencia pública… ¿Dónde ha quedado l’amour?
Sí, ya sé que más profunda pena tendrá Angela. Pobrecilla ella, que ahora se tiene que manejar sin su adorado Nicolas. ¿Dónde volveremos a ver esas políticas de recortes sin fin? ¿Volveremos a tener un dúo tan bien avenido y tan fotogénico?
Y ya ni les cuento lo de las escenitas con la Bruni. Porque dirán lo que quieran, pero la nueva primera dama francesa, con todos mis respetos, una tal Valérie Trierweiler, no dará tanto juego como la maniquí italofrancesa. No desprende la señora de Hollande ese glamour frívolo de la cantante, ni tendremos nuevo bebé en el Elíseo, ni volveremos a comparar su trasero con el de nuestra insigne Princesa (sic).
El caso es que tras perder al seudogracioso Berlusconi, ahora llega el momento de echar de menos al cómico Sarko (y a sus alzas en los zapatos). Será la Merkel quien decida al nuevo sucesor de Sarkozy, al menos en su corazón. Todo sea que elija a nuestro Mariano y nos empiece a dar un respiro, que falta nos hace. Así que, Mariano, ya sabes, postúlate, que Europa está cambiando.