En tres días llega septiembre. Ya se atisban las calzadas plagadas de conductores malhumorados y las aceras abarrotadas de cabizbajos peatones trajeados. Las empresas se preparan para recuperar el tono y los colegios empiezan a desperezarse, prestos a acoger a las hordas infantiles.
Es lo que tiene el fin de las vacaciones. Que todo vuelve a su ser. Y aunque todos desearíamos disfrutar de una estancia perenne sobre la tumbona, hay dos colectivos que no deberían volver de vacaciones nunca: los jefes y los políticos. Cualquiera que tenga jefes, entenderá este argumento. Omito más explicación.
Voy con lo de los políticos. Más allá de la murga con la que nos obsequia esta clase social (porque ya están constituidos como tal) durante el curso político, he realizado un ejercicio empírico este mes de agosto. A través de un exhaustivo análisis mediático, he descubierto que durante las escasas dos semanas que se han tomado de respiro nuestros dirigentes el país no se ha ido a pique.
Restriénguense los ojos y vuelvan a leer: El país sigue en pie. Sí, señores, sí. No es ninguna quimera. Y la historia va más allá. Porque no sólo no se ha derrumbado el escaso estado del bienestar que nos arrulla, sino que en esas dos semanas la Bolsa ha pegado un buen espaldarazo y la prima de riesgo ha bajado un par de escalones.
Pero, oigan, fue verlos retomar las obligaciones y montarse una gorda. Es reincorporarse al tajo el señor Rajoy, el señor Rubalcaba y sus acólitos y pegarnos otra vez otra buena castaña económica. Así que, por nuestro bien y para que ustedes no sufran depresión postvacacional, de verdad, hágannos ese favor y quédense de vacaciones. Perpetuas.