No tengo familia en Cataluña; si acaso, un escaso puñado de amigos. Pero, de siempre, siempre, he sido culé. No hay razón para tal afiliación, pregúntenle a mis progenitores. Pero creo que después de treinta años de culerismo moderado, de alegrías dichosas por Wembley o París y de lágrimas contenidas por eliminaciones varias y derrotas ante el máximo rival, lo voy a dejar. Me borro.
Ya ha llegado el punto en que me resulta complicado alzar orgullosa mi voz como culé confesa y disfrutar con el que hasta ahora ha sido mi equipo. Y es que muchos (que no todos) se han propuesto que el sentimiento se restrinja sólo a Cataluña, que el resto de los españoles que hasta ahora sentíamos un mínimo de simpatía por ese equipo la vayamos perdiendo por arrobas.
Por lo visto, alguno ha debido de olvidar que es un grave error mezclar deporte y política. Pero, puestos a mezclarlos, háganlo de veras. Si el –opresor– Estado español no les permite independizarse por derecho, háganlo de facto. Y lo primero es rechazar los títulos que ha logrado el F.C. Barcelona en España. Todos. Se acabaron las Ligas, las Copas del Rey, las Supercopas de España… Renuncien a ellas si creen que no son dignos de competir en España.
Y empiecen a hacerlo en Cataluña. Solo allí. Será cómico ver si el Barça es capaz de ganar la Lliga al Sant Andreu o si tiene arrestos suficientes para invitar a Artur Mas a que dé nombre a la Copa del President de la Generalitat. Veremos si también son capaces de considerar a su amadísimo albaceteño Andrés Iniesta como extranjero o de contener la sangría goleadora de Messi para enfrentarse a rivales como la Gramanet.
Atrévanse o dejen de una vez de avergonzar a sus seguidores españoles. Y cállense. O me borro.