Las noticias, sobre todo en verano, son cíclicas. Cada equis tiempo surgen historias ya contadas, informaciones ya debatidas, comentarios ya escritos. Hay asuntos que no podemos dejar en paz. Y de vez en cuando les damos (los medios y la sociedad) pábulo durante una temporada y luego se nos olvidan.
Hay muchos ejemplos pero el tema que se lleva la palma es Gibraltar. Nada menos que desde el siglo XVIII lleva España hablando de ese trozo de tierra tan pequeño y a la par tan estratégico. Y tras trescientos años hablando no se ha logrado nada. Los españoles creen que el Peñón es patrio, los ingleses ni valoran la posibilidad de devolver lo que el Tratado de Utretch nos arrebató y los llanitos pasan de problemas de soberanía mientras puedan disfrutar de una fiscalidad privilegiada.
Así las cosas, y sin ánimo de enturbiar más, yo optaría por dejarlo todo como está y olvidarnos de aquello que una vez fue nuestro. Eso sí, también impondría los mismos beneficios y las parejas desventajas que conlleva no pertenecer de facto a la Unión Europea. Pero eso es algo que no puede liderar España motu proprio, primero porque no tiene competencias, y segundo porque la impresión que queda es la de una pataleta de niño pequeño: «Me has quitado eso que es mío; devuélvemelo».
Debería ser la Unión Europea la que tomara cartas en el asunto, aunque ya se sabe que la UE sólo se involucra cuando Cameron o Merkel no están en el ajo. Lo de la igualdad entre los estados de la Unión sólo se defiende cuando les interesa a los grandes. Algo que desprende un sospechoso tufillo a aquellas épocas de la colonización en las que España perdió una hegemonía en favor de potencias más espabiladas. ¿Les suena?