No sé qué conjunción astronómica (parafraseando a la exministra Leire Pajín cuando refirió la circunstancia de que Obama y Zapatero coincidieran a la vez en el poder en el 2009) se ha dado en este incipiente verano. La convulsión informativa que ha provocado el anuncio primero de la dimisión del secretario del PSOE y, sobre todo, de la abdicación del Rey, han sacudido todos los cimientos de la actualidad.
No me negarán que se agradece que se hable de grandes temas de Estado y de profundos debates democráticos en lugar del reguero infinito de casos de corrupción, el insufrible aburrimiento de las sesiones parlamentarias habituales o las trágicas consecuencias de la interminable crisis.
En la variedad está el gusto, dicen. Ya me contarán cuándo en la historia reciente han vivido en poco más de quince días la dimisión de un político de primera línea (realmente excepcional por la escasez de ejemplos) y la abdicación de un Rey (el carácter extraordinario de este hecho rebasa cualquier adjetivación). Con todo lo que eso supone.
El caso es que con las dos retiradas se nos avecina un periodo peculiar en lo que a lo informativo se refiere. Asistiremos la semana que viene a un acontecimiento, la abdicación efectiva de Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI, del que no hay precedentes similares. Y si luego sumamos la nueva carrera política que se desata ya en el PSOE para elegir primero secretario general y luego, supuestamente, candidato a la Presidencia del Gobierno, el verano se calienta de lo lindo.
Al final habrá que atribuirle a Leire Pajín dotes adivinatorias porque «el acontecimiento histórico de este planeta» ha sucedido finalmente, aunque sea con cinco años de retraso.