El habitual chascarrillo de la Navidad es el que pregunta que qué tal las fiestas: si bien o en familia. Dejando de lado la chispa alcoholizada del cuñado bromista (o pesado, según avance la noche) o las cabezadas de la abuela al son del especial de la tele, estas fiestas son de lo más entretenidas.
Una vez dado el pistoletazo de salida con la alegría ajena de los privilegiados que ya no tendrán que preocuparse de su economía gracias al tan esquivo ‘Gordo’, llegan ahora las tradiciones que, más o menos rancias, hacen tan entrañables estas fechas.
Hay quien odia estas fechas por aquello de recordar a los que se fueron para no volver o porque simplemente repudian esa sensiblería que nos acogota hasta el 7 de enero, fecha en la que la sinvergonzonería vuelve a apoderarse de muchos que, entretanto, sonrisa hipócrita en boca, saludan con fingida simpatía la hospitalidad familiar de la Navidad.
En muchos hogares se anuncia que para tener la fiesta en paz es mejor no tocar ni el fútbol ni la política. Pues bien, habrá una al menos que deseará abordar estas materias antes que otras. Es la Familia Real, que afronta una Nochebuena tremebunda. Lo más probable es que no brinden todos juntos en Zarzuela por el nuevo año, más que nada porque se vaticina complicado para el recién proclamado Rey. Por un lado, una hermana en vías de sentarse en el banquillo de los acusados y un cuñado a punto de pasarse una buena temporada a la sombra. Por el otro, unos padres que no escenifican precisamente el matrimonio mejor avenido. Vamos, que la cena de Nochebuena puede ser una auténtica juerga en Zarzuela.
Por eso, no se amilanen, que seguro que lo que ustedes tienen en su casa no es para tanto. A menos que se apelliden Borbón.