Empieza con fuerza la primera semana de campaña. Nadie quiere oír hablar de futuros pactos de gobierno: eso lo entiendo. Precipitarse a la hora de mostrar la estrategia antes de tener resultados es, cuando menos, arriesgado. Porque no sale muy rentable mostrar las cartas antes de que la jugada sea completa. No vaya a ser que nos pillemos los dedos. Puestos a negarnos a pactar, ¿para qué vamos a negociar sobre la formación del Gobierno andaluz? Por lo que parece, es más ventajoso (electoralmente hablando, claro) dejar que el desgobierno y la incertidumbre dirijan la comunidad que fue a las urnas para «ganar en estabilidad» (según palabras de la propia Susana Díaz).
Tampoco quiere nadie ampliar las mesas de debates a los actuales contrincantes. Dicen que más vale malo conocido que bueno por conocer. Al menos es lo que deben mantener los líderes de los partidos tradicionales para rechazar que se sumen a las mesas de debate los líderes de los partidos advenedizos. Me da que, más que por miedo a la dialéctica novedosa, la negativa tiene por objeto restarles toda la visibilidad posible.
Otra cosa que nadie quiere escuchar son los sondeos y encuestas. Se ve que hay quien confía en que ocurra como en Reino Unido, donde no acertaron ni por casualidad. Por unas razones o por otras, unos y otros prefieren mirar hacia otro lado con la infantil pretensión de que si se tapan los ojos, no sucederá. Ojos que no ven…
Por no querer, algunos ya no quieren ni jugar al fútbol. Ya saben, los futbolistas, esos trabajadores abnegados, se han lanzado a la huelga por no sé qué derechos televisivos. Pues yo me solidarizo, que tampoco quiero seguir escribiendo. Al menos, hoy.