Nos volvemos insensibles e indiferentes. Es un mecanismo de defensa comprensible, pero no deja de ser preocupante. Sin embargo, hay ocasiones que con mucho más en juego que unos millones de euros.

Asistimos la semana pasada al enésimo capítulo de un despropósito encallado desde hace años y sin visos de solución próxima. La pugna entre el Gobierno de La Rioja y la Asociación de Donantes de La Rioja (Adonar) no se mitiga con el tiempo, sólo se enquista. La última entrega de la crisis, que tiene mucho más de lo que aparenta de conflicto personal y fobia política, se saldó la semana pasada con el anuncio de suspensión de la Valvanerada, dada la pésima situación económica de Adonar. La marcha, instrumento de promoción de la donación de sangre desde 1976, ha quedado en el aire por la evidente incapacidad de negociar de ambas partes.

Adonar, como parte supuestamente ofendida por no sé qué cláusula opaca del convenio, se afana (a través de su presidente) en acusar al Gobierno de falta de transparencia. ¿Qué se supone que ha de pensar el donante riojano sobre lo que su Gobierno hace con la sangre? Más aún cuando Adonar dice textualmente que el Gobierno le «ha mentido, ha difamado o ha amenazado». Mientras, ante acusaciones semejantes (y más graves aún), el Ejecutivo se limita a responder tibiamente mediante comunicados de prensa, lo que no despeja dudas ni sospechas.

Ni sé ni me importa qué les pasa y cuál es el trasfondo –personal y/o político– que azuza semejante encono. Lo que sí sé es que muchos donantes no se sienten cómodos con este panorama. Y eso sí perjudica a todos. Porque nos deja desangrados.