Debe de haber alguien oculto que se ha propuesto provocar un estallido del pueblo. Una revolución, al menos de mala leche. Si no, no es creíble que pase todo lo que estamos viendo sin que haya más movilización que la que se percibe en las redes sociales (y eso, como mucho, en tono de mofa).
Y es que sin una explicación descabellada cuestra trabajo asumir que lo que estamos viviendo sea real. Primero, que los políticos que tenemos sean tan incapaces de negociar para formar un Gobierno, pero sí acuerdan –aunque sea tácitamente– afrontar unas terceras elecciones, y encima en Navidad, para cachondeo del respetable (muchos ya se frotan las manos pensando en librarse de la comida familiar por ir a ‘participar en la fiesta de la democracia’). Porque la (previsible) existencia de unas terceras elecciones supone admitir que, en efecto, son unos inútiles que prefieren decirles a los ciudadanos que se han equivocado con su voto. Y ya no una vez, sino dos. Y parece que vamos camino de la tercera, ya verán.
Justamente, como hizo David Cameron con el referéndum del ‘brexit’, cuando el ‘premier’ británico omitió su responsabilidad y dejó tamaña decisión en manos de la ciudadanía. Es decir, un antecedente poco alentador.
Y mientras, asistimos a situaciones que no es que rocen el sainete, sino que lo degluten y lo excretan. Proponer al ‘funcionario’ José Manuel Soria como representante español al Banco Mundial suena tan absurdo como si en una realidad alternativa siquiera se debatiera que un condenado e inhabilitado por delitos de terrorismo concurriera en unas elecciones democráticas.
¡Ah! Que eso también está pasando… ¡‘Porca miseria’!