En días como estos en los que la Merkel obliga a tomar medidas a un gobierno bastante desubicado, es lógico que surjan propuestas populistas, muy del gusto progre, pero vacías tanto en practicidad como en sentido común. A la espera de que llegue Alfredo con sus ideas secretas que no le ha contado a ZP, éste sigue lanzando globos sonda que, aparte de dar gusto al oído, no arreglan nada.
La última, a cargo de la ministra Pajín. Resulta que va a obligar a los médicos a recetar medicamentos genéricos. El que no conoce el sector sólo oye que los genéricos son mucho más baratos que los medicamentos con patente. Pero la realidad, como en todo, es mucho más compleja. Además de los miles de puestos de trabajo que peligran (entre otros, los de los comerciales farmacéuticos), Pajín no ha mencionado que los laboratorios que producen genéricos se benefician de cientos (sí, sí) de los millones en investigación que desembolsan las farmacéuticas que desarrollan esos medicamentos con patentes. El proceso es bien desconocido. Pueden llegar a transcurrir hasta diez años entre el nacimiento de un nuevo fármaco y su puesta a la venta pública. Y mientras, el laboratorio y sus científicos no ganan un duro.
Piensen en que muchos medicamentos han nacido gracias a esa investigación y a ese tesón científico del prueba-error-acierto. Si a eso se suman los estrictos controles de calidad y de prueba, la prohibición de publicitar dichos medicamentos y la anunciada obligación de recetar genéricos, piensen ustedes en qué laboratorio se arriesgará a desarrollar un nuevo fármaco si luego no se lo van a recetar. Esto pasa cuando se pretende ahorrar calderilla tras haber despilfarrado chequés-bebé y planes E a mansalva. No se preocupen: pagamos todos.