Llega el líder y salta por los aires el buen rollo. Los partidos políticos lucen el dudoso mérito de vender la apariencia de que obedecen a sus bases, integran a sus rivales y escuchan la discrepancia constructiva. Pero no es más que simulación. O postureo.
El diseño de las listas socialistas para gloria y canonización del estilo sanchista es el último exponente de esta tendencia. Pedro Sánchez ha elaborado unas listas a su imagen y semejanza en la que la contestación interna se ha diluido cual azucarillo en el café.
También Pablo Casado ha desterrado a la marginación a todos aquellos que mostraron su apoyo a la ya desvinculada Soraya, incluso a los más tibios. Y ya puesto, el popular también ha enviado al ostracismo a los escasos que resistían de herencia rajoyista.
Y para qué mencionar las pugnas que vive (y seguirá) Podemos, tanto a nivel estatal como regional. Ellos solitos se arrean estopa de lo lindo, demandas judiciales incluidas, sin que la oposición tenga siquiera la oportunidad de intervenir.
Y ¿qué les cuento de Ciudadanos? Dejando de lado los líos laborales de los riojanos, les invito a que echen un vistazo a la oscuridad reinante en las primarias que ha celebrado el partido naranja últimamente. Las acusaciones de ‘pucherazo’ en Castilla y León, Cantabria y Murcia no han merecido reacción de Rivera, que ha pasado de puntillas por estos asuntos dándole sonrojoso carpetazo.
Unanimidad en el apoyo de sus candidatos, dicen los dirigentes; clara purga, venden los caídos; dedazos sin disimulo, parecen en cualquier caso. Comportamientos que no son más que ramificaciones de la misma matriz, tan propia de la vieja política: la adoración al ‘amado líder’. Por lo que pueda pasar.