Querido votante:
Le voy a contar un secreto. El domingo de las elecciones no cambia su vida. En absoluto. Es prácticamente un día como hoy. Como mucho, y si esto de la política le despierta un mínimo de interés, se sobrelleva la noche como los aficionados de los equipos de fútbol en las grandes noches de partido. Siente alegría si vence el partido al que se siente más afín. O resignación (ni siquiera tristeza) si las siglas por las que se siente representado salen derrotadas. Y después, a la cama. Como si nada. Vaya, como hoy.
Porque si tiene trabajo, el lunes por la mañana deberá acudir a su puesto habitual. Si por desgracia no lo tiene, ninguno de los que sonría abiertamente el domingo le va a facilitar la tediosa tarea de hallar un sustento. Vaya, como hoy.
También le aconsejo que no se alegre demasiado si ganan sus políticos favoritos (o menos odiados). No crea que, aunque les haya otorgado su confianza, le vayan a arreglar la vida: no le ayudarán con la hipoteca, no le pagarán el recibo de la luz ni tampoco le llenarán la nevera. Eso lo seguirá haciendo usted. Con su propio esfuerzo. Vaya, como hoy.
Y le voy a decir otra cosa. No debe tener miedo tampoco. No sucederá nada de lo que vaticinan los agoreros: ni se romperá España (o La Rioja), ni se acabará el bienestar social, ni se recortarán los derechos fundamentales, ni se destrozará la convivencia ni nada de eso. Vamos, como hoy.
A lo sumo, lo peor que le ocurra sea que tenga que aguantar al menos cuatro años a unos gobernantes que no le caen bien. Que dirán que van a hacer muchas cosas por usted y que prometerán que todo lo que hacen, incluidas medidas puñeteras, lo hacen por su bien.
Así que le invito a reflexionar: si para usted el domingo será un día más, no será un día corriente para ellos, para los políticos que están en el alambre, ya sea porque entren a gobernar o porque salgan del poder. Para el resto, lo que le digo, un día como hoy.