Begoña, José, Melitón, Fermín, Eloy, Humberto, Jorge Juan, Fernando, Luis, José Luis, Gregorio, Manuel, Martín, Antonio, María Jesús, Félix, Francisca, Baldomero, Gerardo, Francisco, Antonio, Manuel, Luis, Josefina, Concepción, Mª Ángeles, Jerónimo, Argimiro, Luis, José, José Ramón, Andrés, Fernando, Domingo, Mariano, Ovidio, Carlos, Francisco, Demetrio, Esteban, Juan José, Jesús, Germán, Manuel, Antonio, Manuel, Víctor, Julián, Emilio, Manuel, Ángel, Vicente, Jesús María, José Luis, Miguel, Antonio, Luis Carlos, Juan María, José María, Alfredo, Antonio, Luis Francisco, Constantino, Antonio, Manuel, Javier, Valentín, Antonio, Ángel , Augusto, José, Joaquín, Julio, José Manuel, Manuel, Joaquín, Miguel, José Vicente, José María, Esteban, Andrés, Alberto, Miguel Ángel, Manuel, Juan Antonio…
Esta lista apenas recoge los primeros ochenta y cinco nombres de los asesinados por ETAhasta principios el año 1978. Imagínense cuánto espacio necesitaría el listado completo de 853 muertos (multiplique por diez veces la letanía anterior) que llega hasta el 2010, cuando esos desalmados se vieron obligados a dejar de matar.
Ni diez años han pasado. Pero lo que sí pasa son los homenajes vergonzantes, repulsivos y repugnantes que se brindan a determinados individuos al salir de prisión, donde acabaron por asesinar a gente como la que figura antes. La buena educación que mis padres me han procurado me impide reflejar en estas líneas los adjetivos que me despiertan tanto los homenajeados como los homenajeadores.
Prefiero rendir tributo a las 853 personas a las que estos (y otros) vilmente homenajeados les arrebataron la vida. Porque aquellos sí lo merecen. De sobra.