Perdonénme, pero hay cosas que no comprendo. Y no es porque tenga la mollera dura; al menos, no sólo por eso. Lo cierto es que la edad aporta sensatez pero también resta tolerancia. Y en cuestiones de seguridad via, donde toda medida de precaución es poca, cada vez aguanto menos.
Los expertos vienen ya tiempo advirtiendo del riesgo que supone usar el teléfono móvil mientras se está al volante. Ni siquiera echar un ojo rápido se salva de un posible siniestro. Y los vemos a diario. Por desgracia.
Pero nos da igual. O eso parece. Porque no hay día en Logroño que no ‘cace’ a conductores circulando con el móvil en la oreja/mano departiendo alegremente. Algunos tienen la capacidad incluso de simultanear el dispositivo con el cigarro. Lo que no sé es con qué sujetan el volante, o el manillar, que también lo he visto en motos y bicicletas. Prefiero no pensarlo, que me entran sofocos.
A lo que voy. Lo del móvil tendría guasa, si no se convirtiera en un drama en demasiadas ocasiones. Y es que cuesta tan sólo un segundo activar el sistema de manos libres antes de darle gas al motor. Y no me vengan con que el sistema del coche es anticuado o que el móvil no funciona o lo que sea. El incumplimiento se observa en todo tipo de vehículos, incluidos los del último modelo, que parecen recién sacados del concesionario.
Es una indecencia que por una cuestión de pereza (no nos engañemos, no es más), haya quien arriesga la vida por atender una llamada, cuyo contenido seguramente será inocuo o por ver el último wasap que confirma la cita ocho veces anteriormente confirmada. Y lo malo no es que se jueguen sólo su propia vida, que también, sino que apuesten al negro luto con las de los demás.