Siete años duros

A veces cuesta trabajo darse cuenta de que los días pasan. Ha pasado un año y parece que hayan transcurrido unas horas; a lo más, unos días. Y es que las Bolsas siguen desplomándose, como hace un año y dos; la Selección española -ahora la de los ‘chiquis’- sigue ganando títulos, como hace un año y dos; y los políticos siguen clamando por sus bobadas, ajenos a la vida de sus representados; como hace un año y dos (y muchos más).

Sorprendentemente, hay acontecimientos que sí permiten comprobar el paso del tiempo. El otro día, el anuncio de Zapatero de que convoca elecciones generales para el 20-N (tan sutil como siempre) desempolvó las hemerotecas y muchos medios se lanzaron a los habituales recorridos históricos en los que se repasan las buenas y malas medidas. Dejando a la libre opinión de cada uno este análisis, fue el actual aspecto del todavía jefe del Ejecutivo lo que me dio que pensar. Poco más de siete años han hecho profunda mella en el presidente Zapatero. Supongo que un somero repaso a sus dos legislaturas explicará las razones de su incipiente pérdida de cabello, sus marcadas ojeras y bolsas, su delgadez y palidez…

Lo cierto es que asimilar la situación de un país inmerso en una crisis estructural tan severa como la que estamos padeciendo, unido a esa ambigüedad tan estratégicamente traída con los amigos de los violentos, y con el añadido de los palos que llegan de todas partes, sobre todo desde el propio partido (miren al nuevo líder), tiene que minar el estado físico de cualquiera. Y es que pese a que muchas cosas siguen como hace un año, Zapatero es la viva estampa de que el tiempo no pasa en balde. Será porque ya no se nutre de la adrenalina de ser candidato. Para alivio de muchos.