Vergonzoso. Es la palabra que define el desamparo absoluto que padecen los consumidores a la hora de realizar una reclamación, sea privada u oficial, por una factura mal cobrada o por un servicio mal ejecutado. Háganme caso, vigilen sus dineros porque cuando menos se lo esperen tendrán en su cuenta un cargo excesivo, erróneo o completamente inventado.
Pongamos por caso que una gran empresa de telefonía (no daré nombres para no hacer publicidad gratuita) se equivoca al realizar un cobro en su factura. Pues vayan olvidándose de recibir el reembolso. Porque efectuarán todas las operaciones, conversaciones y trámites que la empresa requiere para que, a la postre, no sólo no reciban su dinero sino que además puedan ser objeto de escritos amenazantes o llamadas de corte maleducado.
Otra cosa: asegúrense de que guardan todos los papeles de todos los contratos y cuentas que han abierto y cerrado. Da igual que se remonten a años vista. O décadas. Ya pueden ir buscándolos. Porque puede que les llegue una petición de pago de un servicio que supuestamente dio de baja hace un lustro pero ¡oh sorpresa! no aparece registrado, con lo cual toca pagar.
Y si recurren a Consumo, la respuesta de que ha prescrito la reclamación o alguna estúpida excusa semejante será lo único que reciban. O sea, que se olviden.
Por eso, les recomiendo que cierren todas sus cuentas, que den de baja todos los contratos de telefonía o Internet, que eliminen de sus vidas todos los lazos que les unan a grandes o pequeñas empresas porque, tarde o temprano, les tocará sufrir las consecuencias. Algo de lo que, por cierto, no oí nada en el debate del lunes. ¿Será porque no les interesamos?