Estamos asistiendo en la ciudad de Logroño a un acontecimiento insólito. Hasta de extraordinario lo calificaría yo. ¿Se han dado cuenta ya de que el soterramiento de las vías a su paso por la capital va a toda marcha? Pues sí, restriéguense los ojos todo lo que quieran pero es la realidad.
Las obras siguen los plazos marcados, los trabajadores se afanan en cumplir las tareas, sea fin de semana, mañana tormentosa o tarde nocturna, y la ciudad va tomando otra cara. El último hito de esta sorprendente noticia fue la inauguración-apertura de la nueva estación y la llegada del primer tren a dicho emplazamiento.
Fíjense si está la cosa caliente y si es tal acontecimiento único que muchos riojanos aprovecharon la mañana del domingo para darse una vuelta por el nuevo edificio y contemplar la llegada del susodicho transporte. Y es que no terminamos de acostumbrarnos a que se cumplan los plazos, se tomen en serio las promesas y se hagan realidad los proyectos importantes.
En un país acostumbrado a corruptelas varias, a promesas utópicas, a proyectos dibujados en el aire, a tanto desfalco y tanta jeta, resulta impensable que un mastodóntico proyecto como el del soterramiento se esté materializando tal y como se anunció. Contando, además, con la obligada colaboración de varias instituciones (léase Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y Gobierno central), situación que podría considerarse como propicia para el retraso sistemático de las obras. Pero esta vez no, señores, frótense los ojos, que es verdad.
Estaría bien que tantos otros proyectos tuvieran semejante ritmo de ejecución. Así, estas noticias dejarían de ser extraordinarias para pasar a ser cotidianas.