Llegó casi de tapadillo, envuelto en la polémica y con no pocos detractores. El 4 de marzo de 1904, por Real Decreto publicado por la Gaceta de Madrid –casi casi igual que lo que ha ocurrido hace no mucho con la ley antitabaco–, el gobierno de turno estableció el descanso dominical. Era un día a la semana sin necesidad de acudir al trabajo, con talleres y fábricas sin actividad, con tiendas y comercios con el cartelito de ‘cerrado’. Con estas misma palabras defendía tan ansiada conquista social el editorial publicado por Diario LA RIOJA: «El domingo, al reposo, a descansar, a permitir al cuerpo y al espíritu el tranquilo goce ganado en seis días de esfuerzo perseverante».
El ocio se soltó la melena: más teatro, más bailes populares, más deportes, más casinos y círculos recreativos… todo ello encaminado hacia lo que en los años 10 y 20 sería recordado como la Belle Epoque, que para unos fue muy belle y para otros se convirtió en un calvario de miseria.
Pero no nos adelantemos. En la presente imagen, tomada en Logroño a principios del siglo de las dos aspas, podemos contemplar cómo posa un grupo de caballeros, militares y civiles, vestidos con sus mejores galas, y apoyados sobre una carretas de la intendencia castrense, posiblemente de una pieza de artillería. Y la placa fue tomada en el patio del cuartel del Arma que festeja a Santa Bárbara –aquella vírgen y mártir cristiana de la que solo nos acordamos cuando truena–, recinto que se situaba donde hoy se levanta el Ayuntamiento de la capital riojana.
Malos tiempos
El Ejército, como el resto de la sociedad española, había sufrido demasiado recientemente la humillación de la derrota en las colonias de Cuba y Filipinas, el fatídico 1898, mientras el hambre y el descontento seguían extendiéndose sin remedio a lo largo y ancho del país. El conflicto en el norte de África permanecía en una tensa calma, entre las constantes refriegas que había estallado durante la segunda mitad del siglo XIX y las que estaban por llegar tanto en el Monte Gururú y como en el denominado desastre de Annual.
Por eso, la cúpula militar apostaba por la necesidad de mantener firme la moral de la tropa, a la que también se recurría para sofocar conatos revolucionarios dentro del territorio nacional. Los mandos ordenaron alternar la rígida disciplina castrense con la fiesta, la diversión y el entretenimiento, a lo que el florecimiento del ocio colaboró como una variada propuesta.