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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

La hija secreta de San Ignacio de Loyola en La Rioja

Sin el propósito de rivalizar con la mundialmente conocida Ruta Jacobea, el escritor, exjesuita y antiguo directivo de la banca JP Morgan & Co, el norteamericano Christopher Lowney, acaba de presentar el “Camino Ignaciano”, una peregrinación que rememora los pasos de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús. La Rioja jugó un papel clave en esta ruta iniciática, tierra en la que, al parecer, el futuro fundador de la Compañía de Jesús tuvo una hija.

Cuando en 1522, el caballero vasco Íñigo López de Loyola se encontró recuperado de las heridas sufridas durante el asalto francés a Pamplona, una profunda conversión religiosa le empujó a peregrinar a Tierra Santa. Así, emprendió viaje desde su palacio-castillo de Loyola hasta Manresa, cerca del Monasterio de Montserrat. Allí, en lo que en el siglo XVI era conocida como “Cova” -actual “Cueva de San Ignacio”- meditó durante diez meses. Al final, Íñigo no pudo partir camino de Jerusalén, pero en tierras barcelonesas escribió los ejercicios espirituales que practican millones de católicos de todo el mundo.

La ruta propuesta por los Jesuitas tiene 650 kilómetros de peregrinaje, dividida en 27 etapas que los andariegos pueden recorrer a imagen y semejanza del Camino de Santiago. Así como en España muchos de los peregrinos jacobeos comienzan su aventura en el Roncesvalles pirenaico, la ruta Ignaciana parte la casa natal del santo guipuzcoano, una torre-palacio en Azpeitia convertida en el santuario de Loyola, con rumbo al santuario de Arantzazu. Atravesando el País Vasco, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, el Camino Ignaciano tiene como hitos los tramos entre Navarrete y Logroño, Tudela y Zaragoza, Fraga y Lérida, y, por último, Montserrat y Manresa.

De Fuenmayor a Navarrete

En su peregrinación, Íñigo de Loyola entró en La Rioja a través de Fuenmayor, proveniente de Laguardia, en marzo de 1522, y cerró etapa en Navarrete. El todavía capitán tenía la intención de rendir visita a su jefe y medio pariente, el riojano Antonio Manrique de Lara, a la sazón duque de Nájera. Sin embargo la mano derecha de Carlos I de España y V de Alemania no se encontraba en su palacio, pues cumplía su papel de anfitrión con el recién designado Papa Adriano VI, en su recorrido por tierras riojanas.

No obstante, sí pudo Loyola cobrar los sueldos que el duque le adeudaba por sus servicios militares y satisfacer con estos ducados las deudas que acumulaba. Recorriendo las dos leguas (alrededor de ocho kilómetros) entre Navarrete y Logroño, se hospedó en la capital riojana, que un año más tarde sería visitada por el emperador Carlos. En ese trayecto tuvo tiempo para orar en la ermita de San Juan de Acre -cuya portada sirve hoy como acceso al cementerio navarretano-, pues por aquel entonces la idea inicial del futuro santo no era otra que la de viajar hasta Tierra Santa.

Caminó Íñigo López de Loyola de Logroño a Alcanadre, donde también hizo noche, de Alcanadre a Calahorra, de la ciudad de los mártires a Alfaro, última localidad riojana donde pernoctó. De la antigua Gracurris, el futuro santo avanzó hasta la navarra Tudela, y, después, hasta la aragonesa Gallur.

También pudo satisfacer en La Rioja una de sus deudas morales: la de reconocer y dotar a una hija que pudo haber tenido y que,  según varios autores, se llamaba María Villarreal de Loyola. En una investigación del sacerdote jesuita José Martínez de Toda, publicada en el libro “Los años riojanos de Íñigo de Loyola”, apareció el nombre de María Villarreal de Loyola dentro el testamento de la hija del duque de Nájera, que era de Pedroso. “En realidad, Íñigo pudo tener una o varias hijas, pero hasta ahora no hay ningún documento que garantice esa suposición”, afirma el padre Martínez de Toda.

Ya en Cataluña, el fundador de los Jesuitas cubrió el último tramo, de enorme significado religioso. Como caballero que era, Íñigo de Loyola veló armas ante la Virgen en Montserrat y cambió su ropaje de soldado por el de peregrino. Pero como Barcelona tenía cerradas sus puertas a cal y canto, a causa de la peste, Loyola pospuso su idea de navegar hasta Jerusalén y optó por ir a Manresa, donde se recluyó en la “Cova” para ofrecer su vida a Dios.

De Pamplona a Logroño en 1521

Aprovechando la revuelta de los Comuneros -el 22 de abril de 1521- y con Carlos I fuera de España, el rey galo Francisco I invadió la península con la excusa de apoyar los derechos de la Casa de Albret -o Labrit- al trono navarro, del que había sido desposeído por Fernando el Católico en 1512. El ejército francés, con apoyo de tropas navarras, ocupó Guipúzcoa y atacó Pamplona el 20 de mayo. Como el riojano Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera y virrey de Navarra, había dejado Pamplona rumbo Alfaro para reagrupar sus fuerzas, los escasos soldados castellanos que defendían la fortaleza acabaron cediendo tras duros combates. Entre aquellos militares se hallaba Íñigo López de Loyola, quien resultó herido en las piernas por el fuego franco-navarro y tuvo que regresar a su palacio guipuzcoano; fue en su convalecencia cuando prendió en su alma la vocación religiosa. Mientras tanto, dominadas las tierras navarras, las huestes de André de Foix atacaron Logroño comandadas por el general Asparrot. El sitio comenzó el 25 de mayo, pero la resistencia de la capital riojana y la llegada de las tropas del duque de Nájera obligaron a huir a Asparrot. Era el 11 de junio de 1521.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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