Han transcurrido 150 años desde que el mundo del vino de Rioja plasmara en un Boletín Oficial de la Provincia de Logroño la puesta en marcha de un máster de enología que documenta las primeras enseñanzas regladas sobre el vino. Que la historia del vino de Rioja está trufada de fechas importantes, desde allá por el siglo VI antes de Cristo, es tan evidente como su actual prestigio, aunque fue durante la segunda parte del siglo XIX cuando la comarca comenzó a consolidar de tal manera su prestigio que, en la actualidad, es la única Denominación de Origen Calificada de España.
Resulta por ello revelador el hecho de que el Boletín Oficial de la Provincia de Logroño (1 de octubre de 1862), con carácter monográfico, recogiera en apenas ocho páginas tantas pruebas de la pujanza de la que entonces comenzaban a gozar los caldos riojanos. Entre todos estos aspectos publicados en el boletín, resalta el anuncio de, quizá, la primera escuela de enología creada en La Rioja.
Esta publicación se hacía eco, en primer lugar, de la reunión de Cosecheros, cuya Junta General se había constituido 75 años antes -en 1787- ponía sobre la mesa el hándicap que sufrían los vinos de Rioja frente a los de Aragón, Navarra y Cataluña, en cuanto a las dificultades de transporte. Y es que hace 150 años, igual que ahora, La Rioja tenía serios problemas con la red ferroviaria, lo que encarecía el producto. ¿Les suena?
También se preocupan los Cosecheros riojanos de mejorar «el cultivo de la vid, elección de especies, enfermedades que padecen, insectos que las dañan, medios de destruir las unas y los otros, elaboración y conservación de los vinos, y el modo de exportarlos más beneficiosamente».
A propósito de este último punto, dos prohombres de La Rioja del siglo XIX defendían a capa y espada la calidad de los vinos de la región que «por su aroma y buen gusto no desmerecen de otros que tienen una reputación europea». Se trataba del noble Francisco Campuzano y del alfareño Manuel de Orovio, un político conservador que, años más tarde, llegaría a ser ministro de Fomento. Orovio hacía hincapié en que estos caldos «son susceptibles de mejoramiento y larga duración, que han sido y son anhelados en los mercados extranjeros, y que se asemejan admirablemente al Burdeos y pueden imitar al Champaña y demás vinos espumosos».
Los éxitos cosechados años antes por el duque de la Victoria, el general Baldomero Espartero, en el comercio de sus vinos, tanto en América como en Europa, en colaboración con su socio y amigo el marques de Murrieta, acrecentaron la conciencia de los productores sobre el futuro prometedor de la Denominación.
Uno de los bodegueros más concienciados, el mentado Francisco Campuzano, reconocía en el mismo boletín «la imperiosa necesidad de perfeccionar los vinos», para lo que era imprescindible «estudiar el mejor sistema para el cultivo y la elaboración, adquiriendo bodegueros y toneleros entendidos».
Escuela del vino en Cuzcurrita
Era por ello que, él mismo, impulsó lo que puede considerarse como la primera escuela de enología de La Rioja -anticipo de un ‘master’ vitivinícola-, sustentada en las siguientes premisas: «En el pueblo de Cuzcurrita, con el auxilio de su mayordomo, persona inteligente en el cultivo de las viñas y la elaboración de los vinos y de un bodeguero que ha hecho instruir en Francia, se propone hacer ensayos de adelantos y mejoras de su bodega y ofrece a los cosecheros la libre entrada para examinar los resultados».
Este primer máster enológico, reglado por el propio Campuzano, tenía como premisa el buen aprovechamiento por parte de los alumnos, que estaban obligados tener conocimientos de tonelería o carpintería. Los aprendices «se obligarán por un tiempo fijo, de uno a tres años, a ayudar a los trabajos de tonelería y de manipulación de vinos en mi bodega». Así, al finalizar el período docente «se habilitarán para dirigir las haciendas de viñas, tanto por parte del cultivo como en la elaboración de vinos».