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Marcelino Izquierdo

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San Bartolomé, una plaza preñada de historia y avatares

 

En los próximos días de agosto dan comienzo las obras de desmontaje de los edificios que constriñen la torre de San Bartolomé y su entorno, que en cuatro meses podrá contemplarse en todo su esplendor, y en cuyo proyecto trabajan los arquitectos Álvaro Siza y Hernández León. La plaza de San Bartolomé, dedicada al apóstol –su nombre procede del patronímico arameo bar-Tôlmay, ‘hijo de Tôlmay’ o ‘hijo de Ptolomeo’–, es uno de los rincones con mayor encanto de la ciudad y, quizá, el que ha visto evolucionar el tejido urbano del Casco Antiguo logroñés de una forma más rápida y positiva durante la última década. El Colegio de Ingenieros Industriales, la Casa de los Periodistas, la Casa de la Imagen, la Oficina Integral de la Seguridad Social en el palacio de Monasterio, la Taberna de Herrerías y ahora la puesta en valor de la torre y de su ábside son apuestas de presente y de futuro de esta sugerente ágora. Pero… ¿y el pasado? ¿Qué historias han marcado el devenir de sus piedras.

Encierros y festejos taurinas

La iglesia de San Bartolomé comenzó a levantarse a principios del siglo XIII adosada a la muralla medieval, con su cabecera y su torre campanario formando parte de las defensas de la villa. Con posterioridad, el templo sería restaurado en el siglo XV y la torre reconstruida en el XVI, mientras que el pórtico, una de las joyas del edificio, data de finales del mismo siglo XIII. Hay constancia documental de que a finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento la plaza de San Bartolomé formaba parte del recorrido de encierros y fiestas taurinas en honor a san Urbán y san Juan, así como en las ferias de septiembre, que Alfonso XI el Justiciero había concedido en 1314.

Telégrafo óptico en la Guerra Carlista

Una de las causas por las que la torre de San Bartolomé ha tenido siempre un aspecto de deterioro proviene, sin duda, de su carácter defensivo. Por que, además de servir como campanario, esta torre de base cuadrangular y estilo mudéjar formó parte desde su construcción del sistema amurallado de la entonces villa (siglo XIII) y después ciudad de Logroño. Durante la I Guerra Civil del siglo XIX -conocida historiográficamente como I Guerra Carlista (1833-1840)- se instaló en el campanile el telégrafo óptico del ejército liberal (también llamado cristino o isabelino). Era un aparato situado a una distancia visual de otro similar, en el que el operador manejaba señales cifradas y reconocibles por la torre siguiente. De esta forma, cualquier mensaje podía ser leído y reproducido por una tercera, y así, sucesivamente, por toda la red telegráfica. Esta red, formada por 15 estaciones, partía de Pamplona, pasaba por Logroño (torre de San Bartolomé) y terminaba en Vitoria, rodeando así la zona ocupada por los carlistas.

Sabemos que en la III Guerra Carlista (1872-1876) operaba en Logroño una escuela de telegrafistas dirigida por el antiguo torrero José Pascual del Castillo, según el croquis de Nemesio Lagarde publicado en la revista ‘La ilustración Española y Americana’. De ahí que, a lo largo del siglo XIX, la torre de San Bartolomé fuera bombardeada por las tropas carlistas en diferentes ocasiones y épocas.

Mercado y teatro

Hasta finales del siglo XIX, el acceso a la plazuela sólo podía efectuarse a través de las calles Caballería y Herrerías, lo que daba a este espacio un aire reservado, ideal para representaciones teatrales, espectáculos varios y mercado. De hecho, en su espacio se construyó una plaza de abastos que funcionó hasta que en 1930 fue inaugurado el mercado de san Blas, que aún luce su esplendor en la calle Sagasta.

Derribadas las instalaciones de la plaza de abastos de San Bartolomé, en el solar resultante se ubicaron durante años tenderetes para la venta de melones, pimientos, ajos y otros alimentos, barracas de feria o compañías de teatro ambulante, como la de ‘Lope de Rueda’. También el templo sufrió cambios sustanciales en 1908, pues la empinada cuesta de origen medieval –a base de pavimento enguijado y tiras de losa– por la que se accedía a su interior, fue sustituida por una escalinata diseñada por el arquitecto Francisco de Luis y Tomás y protegida por una verja de hierro, que ya no existe.

Aunque la plaza de San Bartolomé mantuvo su denominación durante siglos, en la II República (13 de febrero de 1932) fue rebautizada en honor a Juan Álvarez Mendizábal. Paradójica elección, pues este político liberal impulsó la primera gran desamortización que, junto a la posterior de Pascual Madoz, desencadenó la pérdida de buena parte del patrimonio religioso español. En plena Guerra Civil (1937), la plaza volvió a recobrar su nombre.

 

Escuela y cine del padre Marín

El palacio del Marqués de Monesterio, el edificio de arquitectura civil renacentista más notable del casco histórico logroñés, vivió su mayores momentos de gloria en los siglos XVI y XVIII, aunque en el XIX comenzó su decadencia. Durante el siglo XX, esa caserón adosado a la iglesia acogió el Círculo Católico de Obreros, las escuelas del Padre Marín, y el cine también regentado por este jesuita riojano. Tras años de remodelación, el palacio reabrió sus puertas al público en el verano del 2009 como Oficina Integral de la Seguridad Social.

Ya en 1958, siendo alcalde Fernando Trevijano, la plaza vivió la inauguración del monumento al poeta logroñés Francisco López de Zárate, el ‘Caballero de la Rosa’ (1580-1658), con una cómoda fuente que permitía a los niños saciar su sed sin mancharse. Tres décadas más tarde, impulsó el Ayuntamiento la reurbanización del espacio público y desmontó el monumento, cuyo busto luce ahora en el colegio Caballero de la Rosa.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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