La bloguera y filóloga cubana Yoani Sánchez -un placer seguirla en Twitter- lo anunciaba en la red de redes: «Celia Cruz, Gloria Estefan o Bebo Valdés podrán volver a sonar en las radios de Cuba. Medio centenar de artistas críticos con el régimen permanecían desde hace años en una lista negra que, de hecho, nunca se hizo oficial». Lo anecdótico de la noticia es que las emisoras de la isla rebelde todavía no tienen ni discos ni cedés de los músicos boicoteados, aunque dados el ingenio y la imaginación que siempre agudizan las dictaduras, seguro que este fin de semana ya estarán los cubanos bailando al son del saxofonista Paquito d’Rivera.
Lo mismo ocurría en España cuando mandaba aquel señor de infausta memoria y bigotillo ralo, que prohibió la canción ‘Se va el caimán’ porque temía que fuera el preámbulo de su futuro. Hasta el pobre ‘Rascayú’ fue desterrado de bailes y verbenas, en aquella la España de charanga y pandereta, porque en sus inocentes estrofas –«Rascayú, ¿cuando mueras que harás tú? Rascayú, ¿cuando mueras que harás tú? Tú serás un cadáver nada más. Rascayú, ¿cuando mueras que harás tú?»– también creyó verse reflejado el invicto caudillo.
Llegó a ser tal la manía persecutoria que aherrojaba el seso del golpista Francisco Franco que ordenó quemar –como en Fahrenheit 451– libros de Blasco Ibáñez, James Joyce, Alejandro Dumas, Vladimir Nabokov, Ernest Hemingway, Unamuno…
Esos mismos que tanto critican –y con razón– el clan bananero de los Castro, no deberían de ser ahora tan laxos con la dictadura que sufrió España, régimen en el que, por cierto, no se vivía nada de bien –ni política ni social ni laboral ni económicamente–, pese a que muchos quieran hacérnoslo creer.