Aquel 24 de junio de 1979, festividad de San Juan y domingo por más señas, los riojanos disfrutaban del primer verano en democracia plena. La nueva Constitución llevaba meses aprobada y tanto las Cortes como los ayuntamientos de toda España habían renovado sus cargos bajo el espíritu de la Carta Magna que andamió la Transición. La playa del Ebro se encontraba a rebosar desde el mediodía, mientras la calle Laurel concitaba a los asiduos del tradicional vermú torero.
Aquel 24 de junio de 1979, festividad de San Juan y domingo por más señas, el partido ultraderechista Fuerza Nueva celebró en Logroño un denominado «acto de afirmación nacional», con su líder Blas Piñar, arropado por dos mil neonazis –franquistas, en realidad– llegados en autocar. Tras el mitin, las calles se poblaron de recalcitrantes cánticos y de banderas con la «gallina» y la esvástica. En Laurel, con la andorga preñada de vino, los gorilas de Piñar pasaron de las palabras a los hechos: blandieron cadenas, rompieron cristales y golpearon a voluntad. Lo que no esperaban es que la gente de a pie, harta de sus bravatas, se uniría para hacerles frente. La «fiesta» acabó con un nutrido grupo de «ultras» refugiado en el hoy extinto cuartel de Artillería.
El pasado 21 de agosto, martes por más señas, los neonazis reaparecieron en Logroño tres décadas más tarde. Portaban los mismos collares, aunque los perros eran otros más jóvenes. Con sus rostros ocultos, agredieron a los miembros de la Asamblea de Estudiantes de Logroño, que recogía material escolar para los más desfavorecidos. Y es que, como sentenció Aldous Huxley, «quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia».
PD. Otro dia ya hablaremos de Fuerza Nueva y “El caso del membrillo desaparecido”.