La Rioja jugó un papel decisivo en el inicio de la I Guerra Carlista, que en octubre conmemora su 180 aniversario, la primera contienda civil que sufrió España en el siglo XIX (1833-1840). Por desgracia, la tragedia fratricida entre el Antiguo Régimen y el liberalismo volvería a repetirse hasta tres veces más, en lo que la Historia ha bautizado como II Guerra Carlista (1846-1849), III Guerra Carlista (1872-1876) y Guerra Civil española (1936-1939). De los polvos del XIX llegaron los lodos del siglo XX.
El 6 de octubre de 1833, de paso por el monasterio de Valvanera rumbo a Pamplona, conoció el coronel navarro Santos Ladrón de Cegama la prematura muerte del rey Fernando VII. Militar que se distinguió en el hostigamiento a las tropas liberales durante el Trienio Constitucional, Cegama había logrado huir del cuartel de Valladolid, en el que permanecía prisionero por sus ideas apostólicas en apoyo al pretendiente. Descendiendo por la cuenca del Najerilla, alcanzó la localidad de Tricio donde, junto a una partida de fieles, proclamó el primer grito en favor de Don Carlos María Isidro, al que proclamó rey de España. La guerra había estallado.
El conflicto había sido planteado tiempo atrás por don Carlos, hermano de Fernando VII y heredero al trono durante buena parte del reinado, dado que el monarca carecía de descendencia después de tres bodas. Pero el nuevo matrimonio del rey y el embarazo de la joven María Cristina cambiaron el panorama. En marzo de 1830, seis meses antes de que naciera la que años después sería coronada como Isabel II, Fernando VII publicó la Pragmática Sanción que restablecía el derecho sucesorio tradicional castellano -ya recogido en
Las Partidas
de Alfonso X El Sabio-, según el cual las hijas del rey difunto podían ceñir la corona. Como Carlos María Isidro no reconociera a Isabel como princesa de Asturias y mantuviera sus derechos dinásticos al fallecer su hermano, España se vio abocada a la guerra. Mientras los liberales respaldaron a la niña Isabel como reina, bajo la regencia de su madre María Cristina, los sectores más conservadores se reunieron alrededor de Don Carlos, defensor de la tradición y las prebendas forales, sobre todo en Navarra, País Vasco, Aragón, Cataluña y Valencia. Carlista fue el apodo con el que serían conocidos sus partidarios.
Cuartel general cerca de Logroño
Volviendo a La Rioja, Santos Ladrón de Cegama y su grupo insurgente abandonaron la comarca de Nájera hasta alcanzar Logroño. Aquí, el coronel carlista amalgamó un notable ejército, alimentado por adeptos apostólicos de Navarra Álava y La Rioja, cuyo cuartel general se estableció en los alrededores de Viana. Poco duró esta primera revuelta, ya que el general cristino Lorenzo derrotó a Ladrón en Los Arcos, donde lo hizo prisionero. Días después, fue pasado por las armas en la Ciudadela de Pamplona. «El fusilamiento de don Santos Ladrón de Cegama fue como un toque de rebato, como una llamada al apellido, pues produjo el efecto contrario al que esperaban las autoridades isabelinas. Aquel mismo día más de 300 jóvenes salían de Pamplona a engrosar las errantes partidas de Eraso, Iturralde y otros jefes subalternos», explica el historiador Jaime del Burgo. La unión de estos voluntarios fue el embrión del Ejército Carlista que, liderado al principio por Zumalacárregui, encaró siete años de cruenta guerra civil.
El Abrazo de Vergara, entre el general liberal Espartero y el general carlista Maroto (31 de agosto de 1839), puso fin a una contienda particularmente sangrienta y fratricida, que tuvo como teatro de operaciones las Vascongadas, Navarra y La Rioja. Sin embargo, el general Cabrera no aceptó la capitulación y mantuvo el frente de guerra en Aragón, Valencia y Cataluña durante varios meses más. Las heridas quedarían tan abiertas que el conflicto civil entre las dos Españas fue estallando de manera intermitente tanto en el siglo XIX como en el XX.