La Rioja Tierra Abierta celebra su sexta edición en el 2013 bajo el sugerente título de ‘Haro: Luces de la modernidad’. El hilo conductor de la exposición correrá paralelo al esplendor industrial de la capital jarrera, vinculado sobre todo al mundo del vino, así como a la apuesta por la modernidad que se desplegó a finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX. La idea radica en interconectar todos los puntos de interés artístico y cultural que Haro posee.
Me queda la duda, sin embargo, de si dos de los símbolos jarreros más relevantes van a tener el protagonismo que merecen. El primero de ellos se resume en un nombre propio, el del insigne pedagogo Manuel Bartolomé Cossío, quien acaba de quedarse «sin instituto» tras la fusión del centro educativo que llevaba su nombre con el IES Marqués de la Ensenada. Merecería la pena que La Rioja Tierra Abierta recordara también a este harense ilustre, impulsor de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y mentor de la obra de El Greco al nacer el siglo XX.
El otro símbolo es la p arroquia de Santo Tomás, mi joya favorita de la capital del vino. Levantada entre los siglos XVI y XVIII, la iglesia luce su magnífica portada principal –obra maestra de Felipe Bigarny, uno de los más destacados escultores del Renacimiento patrio– en un barrio que lleva demasiados años pidiendo a gritos una rehabilitación. Es verdad que el templo acogerá un ciclo de música barroca durante la muestra, pero merecería un papel protagonista. La mala suerte de Santo Tomás puede sintetizarse en esta anécdota: El 3 de junio de 1931 la iglesia fue declarada Monumento Nacional, pero la noticia no se conoció en Haro hasta mayo de 1944, cuando fue publicada por la prensa local.