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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

'Oro fino', cuando La Rioja quiso ser 'Falcon Crest'

Aquel otoño de 1987 iba a ser diferente. Con el patrocinio del empresario Marcos Eguizábal -recién elegido presidente del CD Logroñés-, una pléyade de estrellas de Hollywood aterrizaban en La Rioja para rodar una película que, decían, iba a gozar de proyección internacional. Era la época en que la que la serie norteamericana ‘Falcon Crest’ (1981-1990) triunfaba en televisión y había sustituido a ‘Dallas’ en el top de la pequeña pantalla. La idea era aprovechar el tirón vitivinícola de Napa Valley y de la seria que lo promocionaba para hacer publicidad de los vinos de Jerez, a través de un culebrón que enfrentara a dos familias. Más o menos, lo mismo que ahora plantea ‘Gran reserva’, en TVE, entre los Cortázar y los Reverte, pero mirando al sur.

Y digo bien el vino de Jerez, aunque se rodara casi todo el metraje en tierras riojanas, pues narraba las peripecias de una familia obsesionada con producir el mejor fino de la historia –de que se titulara ‘Oro fino (perdón, ‘Fine gold’)–, y otra familia que pretendía arramplar con todo el negocio. Y es que Eguizábal pensaba por aquel entonces que el Jerez tenía más salida mundial que el tinto de Rioja.

El reparto, en principio, era de postín. Destacaba sobre todos el actor británico Stewart Granger, un galán venido a menos que, después de una brillante filmografía con títulos de éxito mundial como ‘Scaramouche’, ‘El prisionero de Zenda’ o ‘Las minas del Rey Salomón’, cerró su carrera de largometrajes con ‘Oro fino’. Se hallaba también Ray Walston, un nombre que así, a secas, a lo mejor no dice mucho, pero fue uno de los secundarios de lujo de Billy Wilder en joyas como ‘El apartamento’ o ‘Bésame, tonto’.

En sector femenino, el rostro más popular era el de Jane Badler, la malvada Diana de la serie ‘V’, aquella que se tragaba los ratones vivos como si fueran golosinas. Con apenas 20 años, la modelo hawaiiana Tia Carrere puso el punto sexy. Si bien en ‘Oro fino’ interpretó uno de su primeros papeles, años después actuó en filmes de éxito como ‘Los inmortales’ y ‘Mentiras arriesgadas’ o en la serie ‘Cazatesoros’. Otros miembros del elenco eran Andrew Stevens (rey Midas de la serie B ye hijo de Stella Stevens), Ted Wass, Lloyd Bochner y los españoles Tony Isbert (destinado a ser el Lorenzo Lamas de ‘Falcon Crest’ en ‘Oro fino’, aunque se quedó con las ganas), Concha Cuetos (‘Farmacia de guardia’) y José María Caffarel.

El vinatero Eguizábal produjo el largometraje con un pastón para la época: 270 millones de pesetas (más de millón y medio de euros), además de colaborar en el guión con el realizador José Antonio de la Loma. Igualmente, el empresario riojano se guardó dos apariciones estelares en la película: una como chofer de la bodega y otra como cliente catador de vino –en segundo plano- durante una comida celebrada por los protagonistas.

Los escenarios elegidos para el rodaje fueron, en Logroño Bodegas Franco Españolas, Hípica Deportiva y Hotel Los Bracos, donde se filmaron las escenas más tórridas. Bodegas Paternina de Haro, Bodegas Paternina de Ollauri, Cooperativa de San Asensio, así como Sajazarra y Casalarreina. Fuera de La Rioja, además de algunas bodegas y la ciudad de Jerez, aparecieron en Arcos de la Frontera y Algeciras.

Año y medio después, en febrero de 1989, la botella de ‘Oro fino’ iba a ser descorchada, si bien con la ausencia del director y de los actores –excepto Tony Isbert-, debido a ciertos problemas de distribución -con mucho dinero de por medio- surgidos entre Marcos Eguizábal y José Antonio de la Loma.

El cine Sahor lucía sus mejores galas. El glamour flotaba a través del vestíbulo, del patio de butacas -repleto de público- y la calle San Antón, cortada a los ciudadanos por los agentes de la Policía Local. El estreno de ‘Oro fino’ se había convertido para Logroño en todo un acontecimiento: presidente autonómico, alcalde capitalino, gentes de mundo empresarial y cultural y los flamantes fichajes del CD Logroñés Ruggieri, Alzamendi y el Abuelo Cruz.

El ‘todo Logroño’ esperaba al mecenas -de la misma forma que se espera a Godot, pero en versión riojana-, al entonces presidente blanquirrojo, bodeguero adinerado y productor del séptimo arte: Marcos Eguizábal. Un cochazo de lujo –‘haiga’ los bautizaron aquellos nuevos ricos de la posguerra por aquello de «quiero el más grande que ‘haiga’»– se acercaba desde la Gran Vía y aparcaba frente a la colorida cartelera al cine. El chofer salía del ‘Dodge Dart’ con parsimonia, en un ritual made in Hollywood ensayado esa misma mañana en las Bodegas Franco Españolas. Tras los cristales tintados, se vislumbra a un Eguizábal ufano, exultante, profeta en su tierra. Los curiosos se arremolinaban en torno al ‘haiga’, como si contemplaran la primera escena de ‘Oro fino’.

Pero, inopinadamente, antes de que el chofer llegara a culminar el papel de su vida en ‘El riojano tranquilo’, un personaje surgió de la nada. Con la brusquedad de un gañán, impropia para tal evento, abrió la puerta trasera del cochazo en el que don Marcos aterrizaba en el Sahor.

¡Pero si es Taburete! -exclamó un aficionado blanquirrojo, bufanda al cuello.

Atribulado, Eguizábal trató de salir del ‘Dodge Dart’ buscando con la mirada al conductor, todavía perdido en el marasmo de lo absurdo. Taburete no perdió ni una décima de segundo e, invitando a abandonar el ‘haiga’ al gran duque de Alba, conde de Paternina y barón de Franco-Españolas, se marcó un saludo marcial de paraca veterano.

– ¡Jefe, todo controlado!

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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