Cuando el Ayuntamiento logroñés propuso lanzar el cohete anunciador de los sanmateos en horario vespertino, los más jóvenes de la Redacción preguntaron si era la primera vez. «¡Qué va!», les dije yo, recordando mis primeras fiestas de prácticas en el periódico, primero desde el Palacio de los Chapiteles y, después, desde la Casa Consistorial de Moneo.
Eran tiempos de Transición y crisis económica –sí, sí, también entonces había crisis– en los que los jóvenes nos conformábamos con recorrer las decenas y decenas de chamizos que, salpicados por todas la ciudad, ofrecían zurracapote gratis. Se trataba de unos sanmateos maratonianos, que comenzaban el viernes de anochecida y se prolongaban hasta el domingo de la semana siguiente. Todo un dispendio.
Hoy en día, con la vicisitudes evaluatorias que nos asedian –¡toma eufemismo!–, los consistorios recortan presupuestos, tiran de propaganda y logomaquia –que no de imaginación– y recortan programa festivo a diestro y a siniestro. Visto así, es preferible que lo hagan del gasto lúdico y no de los dineros destinados a educación o sanidad.
Pero no han estado sembrados nuestros responsables capitalinos a la hora de tejer y destejer el ovillo mateo. Para ganar un día lectivo, propuso el Consistorio lanzar el cohete en horario vespertino, lo que no parecía idea descabellada. Sin embargo, las críticas en forma de vermú torero y de botellón adolescente han acabado por torcer la idea inicial del gobierno municipal logroñés.
Así las cosas, el Ayuntamiento ha pedido a Educación que mantenga como lectiva la jornada, hasta la una de la tarde, lo que prácticamente es igual que dar fiesta a los alumnos.
Desde luego, para tan tornadizo viaje no hacían falta alforjas.