Menos mal que lo hemos vivido porque, tal y como lo cuentan algunos, casi nos convencen de que la Guerra de Irak era justa y necesaria y de que el atentado terrorista del 11-M fue un golpe de Estado en toda regla, urdido por el contubernio islamicoetarramasón de Múnich y con la colaboración sine qua non de Iñaki Gabilondo.
Vayamos por partes. En un artículo preñado de desmemoria, quien fuera por aquel entonces representante del Gobierno de Aznar ante la ONU, Inocencio Arias, asegura ahora que «el inspector Blix nunca se mojó del todo» sobre la no existencia de armas de destrucción masiva en Irak, lo que justificaría la invasión del país. Sin embargo el propio Blix ya denunció tiempo atrás que Dick Cheney, vicepresidente con George W. Bush, amenazó con difamarles tanto a él como a El-Baradei –el otro inspector de la ONU y posterior Premio Nobel de la Paz– si no suministraban la información «requerida» sobre las presuntas armas de destrucción masiva en Irak. Y añadía Blix en una entrevista: «La administración Bush engañó a los estadounidenses y al mundo creando un despliegue publicitario acerca de las armas de destrucción masiva para justificar la invasión a Irak».
Desconozco cuál es el interés de Arias en sacar a relucir, una década después, la coartada de las armas de destrucción masiva, armas que –por cierto– nunca aparecieron, cuando hace tan sólo dos años el propio diplomático español justificaba que «la intervención en Irak tenía un objetivo claro: derrocar a Sadam Husein».
Lo que ya no tiene vuelta de hoja son los cientos de miles de iraquíes muertos –la mayoría civiles– en la guerra, además de los soldados y periodistas estadounidenses, británicos, españoles… que nunca volvieron.