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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

Carlos Fernández Casado, el riojano que diseñó el arco de San Mamés

 

ROBERTO GONZÁLEZ LASTRA

 

Recién cumplidos los 60 años de vida, su futuro empieza a mudar de incierto a muy negro. A primeros de junio, el doloroso derribo de San Mamés, el centenario campo de fútbol que el Athletic Club de Bilbao estrenó el 21 de agosto de 1913, dejará sin pedestal a su mítico arco, la majestuosa estructura con ADN riojano enclavada en su actual ubicación desde el 13 de marzo de 1953.

Desde aquel –ironías del destino– martes y 13, Bilbao, la villa fundada el 15 de junio del año 1300 por don Diego López de Haro V, ‘El Intruso’, el Señor de Vizcaya de cuna riojana, convirtió la ‘corona’ de la ‘Catedral’, también con sello de La Rioja, en uno de sus emblemas más preciados. La imponente estructura metálica fue obra del prestigioso ingeniero logroñés Carlos Fernández Casado junto al equipo de arquitectos integrado por José Antonio Domínguez Salazar, Ricardo Magdalena Gayán y Carlos de Miguel González.

Su reto comenzó en 1950 tras ganar un concurso público convocado por el Athletic para la ampliación y reforma de San Mamés. Con la construcción de una gran tribuna principal como eje clave, las obras arrancaron a principios de 1952 para en apenas 15 meses levantar el anfiteatro más grande de Europa en su género, en el que se emplearon 360 toneladas de hierro, 3.800 de cemento, 6.000 metros cúbicos de arena y 10.000 de gravilla de caliza.

Para sustentar la tribuna principal, que acoge la escultura del mítico ‘Pichichi’, Carlos Fernández Casado y sus colaboradores idearon una revolucionaria estructura metálica con la que lograron su propósito sin necesidad de las molestas columnas que dificultaban la visibilidad.

El acero para la obra del ingeniero riojano fue suministrado por la empresa Altos Hornos de Vizcaya. El armazón, que realmente se compone de dos arcos unidos entre sí por cruces de San Andrés, mide 115 metros de longitud, 16,28 de altura y 6,60 de anchura. Aunque es hueco por dentro y está formado por chapas de entre 10 y 12 milímetros de espesor, su peso total es de 270 toneladas.

Símbolo del club

Acabado su montaje, junto a la fachada exterior, la imponente estructura fue trasladada a su ubicación definitiva, 14 metros más cerca del terreno de juego, mediante un sofisticado sistema de raíles y poleas y una meticulosa tarea que se prolongó durante cuatro horas y media el mencionado 13 de marzo de 1953.

Desde ese día, el arco se convirtió en un símbolo del club casi tan importante como su propio escudo. Bajo su sombra, la afición pudo despedir a la mítica delantera formada por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza; disfrutar de Iríbar, Garay, Canito, Orúe, Mauri y Maguregui, de los hermanos Arieta, Uriarte, Clemente, Txetxu Rojo, Dani, Sarabia, Andoni Goikoetxea, Argote, Valverde, Ciganda, Urzaiz, Julen Guerrero, Joseba Etxeberria, Urzaiz… una nómina eterna que ha seguido con dos campeones del mundo, Javi Martínez y el riojano Fernando Llorente, hasta la plantilla actual, un prometedor combinado, pese a la campaña actual, de veteranos y prometedoras ‘joyas’, como Iraola, Aduriz, De Marcos, Muniain, Ander Herrera, Laporte o Ruiz de Galarreta…

Bajo el arco, la afición rojiblanca ha celebrado tres de las ocho ligas conquistadas, 6 de las 23 copas y 1 supercopa. El pasado 6 de diciembre, el duelo contra el Sparta de Praga en la Europa League, echó el telón de la historia continental de la ‘Catedral’ tras 79 encuentros europeos, incluida aquella memorable final de la UEFA contra la Juventus de Turín, el 18 de mayo de 1977.

Cuatro alternativas

El 27 de abril, pasó por su césped el último grande, el Barça, en una cita liguera a la que le quedan los dos últimos episodios: el Mallorca y el Levante, antes de la demolición del templo de los ‘Leones’. A falta de poco más de un mes para el inicio del derribo, la gran incógnita para la parroquia rojiblanca es todavía hoy el destino de su arco, un emblema al que en mayo del 2006, el Ayuntamiento de Bilbao, ante el proyecto del nuevo estadio, rebajó el nivel de protección del máximo con el que contaba, el A, al D. Desde ese día, el icono que ha abanderado al Athletic y a Bilbao en los últimos 60 años dejó de ser intocable.

Pese al silencio del club –su presidente, Josu Urrutia, se limitó a señalar el pasado febrero que «hay proyectos y el club estudia actualmente el destino que se le dará»–, las alternativas reales, descartada su integración en el nuevo campo, se reducen a cuatro: su transformación en pasarela sobre la ría, un proyecto ya anunciado en el 2007 por el alcalde, Iñaki Azkuna; su traslado a otro punto de la capital vizcaína para su reconversión en monumento;  la denominada solución ‘muro de Berlín’, diseccionarlo para su posterior venta en piezas; y la más dolorosa y temida, su demolición, troceo y envío a una acería para su fundición.

Frente a ello, la Peña Deusto del Athletic emprendió una cruzada en favor de la conservación de la obra del logroñés Carlos Fernández Casado, una iniciativa que atesora ya más de 25.000 firmas.

 

 

El niño al que el río Ebro le alentó a ser ingeniero

 

MARCELINO IZQUIERDO

Carlos Fernández Casado no estudió Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos ni vio la luz en Logroño sólo por casualidad. Solía recordar que, siendo un niño, el vértigo que sentía cuando miraba las aguas del río Ebro desde los puentes de su ciudad natal le impulsó, precisamente, a construir puentes. A lo largo de más de 50 años, este ilustre riojano proyectó y construyó innumerables obras de ingeniería, publicó una docena de libros sobre temas variopintos –resistencia de materiales, cálculo de puentes, historia de puentes y de ingeniería en general– y, sobre todo, fue uno de los grandes de la ingeniería española del siglo XX.

Fernández Casado nació en Logroño el 4 de marzo de 1905, en un precioso edificio que (aún) se conserva en Muro de Cervantes, esquina con avenida de Navarra, frente al Instituto Sagasta. Y aquí creció y estudió los primeros once años de su vida, hasta que su padre, general de Artillería, fue destinado a Madrid. Gracias a su talento y precocidad, el pequeño Carlos ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid a los 14 años y acabó los estudios con sólo 19. Pero, no contento con la hazaña, viajó a París para cursar estudios sobre Radiofaros y lograr el título de ingeniero de Telecomunicaciones.

Un gran humanista

Pero él nunca se conformó. A imagen de los genios humanistas del Renacimiento, Carlos Fernández Casado también se interesó por la otras materias: se licenció en Filosofía y Letras, rama de Historia (1944),  y en Derecho (1973). No en vano, fue el primer ingeniero que ejerció como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Desde 1958 ejerció como profesor de Puentes en la Escuela de Madrid, donde aprobó la cátedra en 1961. Trabajó de ingeniero de la firma Huarte y Cía desde 1932 hasta su jubilación, aunque también trabajó en la jefatura de Puentes y Estructuras del Ministerio de Obras Públicas desde 1949 hasta 1963.

Entre su ingente obra, podríamos destacar el nuevo puente de hierro sobre el río Manzanares en Madrid (1932), puente de Siles sobre el río Guadalimar (1934), puente sobre el río Guadalfeo en Salobreña (1944), puente de San Adrián sobre el río Besós (1944), puente del río Palmones en Algeciras (1953), puente arco de Mérida sobre el Guadiana (1959), edificio de Torres Blancas (1964), torre del Banco de Bilbao en Madrid (1978), colección de pasos superiores de la N-VI también en la capital (1969), pasarela de las Glorias de Barcelona (1973) o puente atirantado Sancho el Mayor en Castejón de Ebro (1978), además de naves industriales o residencias sanitarias repartidas por toda la geografía nacional.

El ingeniero logroñés se retiró de toda actividad profesional en 1984, por motivos de salud, y falleció en Madrid el 3 de mayo de 1988. Dos años antes, el Gobierno de La Rioja había concedido a Fernández Casado su máximo galardón, la Medalla de Oro de la Comunidad Autónoma.

 

Homenaje en forma de puente

El Ministerio de Obras Públicas, como reconocimiento a su trayectoria en la Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos y a su notable labor en el capítulo de los puentes bautizó ‘Puente Ingeniero Carlos Fernández Casado’ al puente atirantado que transcurre sobre el embalse leonés de Barrios de Luna, proyecto de su colaborador Javier Manterola. Cuando se inauguró, en 1983, supuso un récord mundial de luz en puentes atirantados, con un vano central de 440 metros. Durante la primera década del siglo XXI, varias exposiciones le homenajearon en Logroño y Madrid, tanto de su faceta como ingeniero, como de su vida cultural, académica y privada.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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