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Marcelino Izquierdo

Historias Riojanas

El Nobel de la Paz declara la guerra

 

Con apenas nueve meses en la Casa Blanca, a Barack Obama le fue concedido el Premio Nobel de la Paz 2009. Ni tan siquiera le había dado tiempo de poner en marcha su ambiciosa agenda legislativa, que pasaba por dar un giro de 180 grados a la política internacional norteamericana arruinada tras dos mandatos consecutivos del republicano George W. Bush. Sin embargo, el comité de los Nobel consideró entonces que los “extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos” merecían un galardón de esta magnitud. Cuatro años después, el Nobel de la Paz anuncia la guerra.

Atrás quedan las promesas de eliminar la prisión de Guantánamo, de no ejercer como el gendarme prepotente del mundo, de defender la libertad allá donde fuera necesario, de forzar la paz en Oriente Medio… Sin embargo, punto por punto, la diplomacia de la administración Obama ha ido incumpliendo las buenas intenciones con las que el entonces candidato demócrata había trufado su programa electoral.

Ahora, para colmo, el conflicto de Siria se le cruza a Obama en el camino. Al igual que en Túnez, Egipto, Libia, Yemen o Baréin, la ‘Primavera Árabe’ le estalló al presidente Bashar al-Asad en pleno rostro. Miles de manifestantes reclamaban más libertad y mayor respeto por los derechos humanos, pero lo que nació como un movimiento reivindicativo se tornó en una guerra civil nunca declarada con un solo objetivo: derrocar al gobierno de Al-Asad.

Desde el año 2011 el conflicto ha dejado más de 200.000 muertos -40.000 de ellos civiles- y más de 3.000.000 de refugiados, pero ha sido en los últimos meses cuando Estados Unidos comenzó a plantearse su intervención militar en el teatro bélico sirio, con la excusa del uso de armas químicas por parte del Ejército de Bashar al-Asad. ¡Como si los fallecidos por armas convencionales no estuvieran igual de muertos que los gaseados por el régimen sirio!

El ejemplo de Egipto

Que la historia se repite es un axioma irrefutable, del que podrían extraerse múltiples lecciones, a no ser por la contumaz ceguera de quienes manejan el mundo. Mientras Egipto se desangra, ante el tancredismo de la comunidad internacional, no hay sino echar la vista atrás y acordarse de lo ocurrido en Argelia hace ya más de dos décadas.

Allá por diciembre de 1991, el Gobierno de Argel canceló las elecciones legislativas del país magrebí tras la victoria, en la primera ronda, del Frente Islámico de Salvación (FIS). Las autoridades adujeron entonces que, de confirmarse el triunfo islamista en la segunda vuelta, el FIS derrumbaría los pilares de la democracia. Tras la ilegalización de los grupos islamistas y del arresto de miles de sus miembros, estalló una sangrienta guerra de guerrillas contra el poder oficial que segó, entre otras, la vida del presidente Mohammed Boudiaf.

La guerra civil, nunca declarada, se prolongó hasta el 2002 tras la rendición del Ejército Islámico de Salvación -heredero del FIS- y la derrota del Grupo Islámico Armado (GIA). Las cifras hablan de hasta 200.000 víctimas mortales.

En Egipto, el derrocamiento del presidente islamista Mohamed Morsi -el 3 de julio-, por parte del Ejército y con la connivencia de EEUU y Europa, deja al país del Nilo en una difícil coyuntura, similar a la Argelia de 1991, y más después del excarcelamiento del antiguo presidente Mubarak.

Túnez, Libia, Egipto, Siria, Baréin, Yemen… la llamada “Primavera Árabe” atraviesa un verano turbulento y reseco, ante la incapacidad del “primer mundo” por aplicar en estos países su modelo de convivencia. Y es lógico, porque para que una democracia occidental funcione, son necesarias algunas premisas: separación de poderes, subordinación del poder militar al poder civil, un acendrado laicismo y una clase media que refuerce cierta equidad económica.

¿Es Siria comparable a Irak?

Pero volvamos a Siria. Aunque el Gobierno de España continúa sin tomar una postura explícita sobre la posible intervención aliada contra el régimen de Damasco, sí se trasluce en ciertos sectores oficiosos un intento por equiparar Siria con la II Guerra de Irak, lanzada con total impunidad por el triunvirato de la Azores (Bush, Blair, Aznar) y auspiciado por el hoy presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso.

Alega cierta parte de la sociedad española que igual que en su día se tomó las calles contra la decisión de invadir Irak, ahora habría que hacer lo mismo. Hay que partir de la base de que toda guerra es dañina y, más en un escenario tan complicado como Oriente Medio, y que la solución que va a tomar Obama va a traer, a medio y largo plazo, más problemas que soluciones.

Sin embargo, parece ventajista –si no torticero- comparar dos conflictos tan diferentes. Es verdad que ambos países en cuestión estaban gobernados por sendos dictadores, pero mientras en Siria actualmente están muriendo cientos de personas todos los días, en Irak la situación no distaba mucho de la que vivían decenas de dictaduras salpicadas por el mundo entero. El trío de las Azores invocó, para justificar su ataque, la existencia de ciertas armas de destrucción masivas que Sadam Husein estaría preparando para atacar Occidente. Por mucho que los inspectores de la ONU Hans Blix y Mohamed el Baradei se empeñaron en proclamar a  la Casa Blanca que no había constancia de tales armas, la decisión estaba tomada.

En definitiva, la II Guerra de Irak se cimentó en una mentira absoluta, rubricada en España por el propio presidente Aznar: “Créanme. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva”. Años después, Bush se retiró a su finca de Texas, mientras Aznar y Blair siguieron justificando la invasión –en conferencias muy bien remuneradas- por haber logrado el derrocamiento de Sadam.

La II Guerra de Irak ha tenido sus consecuencias, al margen del enriquecimiento del  ‘lobby’ de los fabricantes de armas, pues en Oriente Medio han crecido la inestabilidad y la violencia, la fuerte subida del precio del crudo aceleró el germen de la crisis económica tras el desplome de las hipotecas ‘subprime’ y el terrorismo yihadista sigue extendiéndose.

No. No es igual Siria que Irak, pese a que las guerras, a la larga -y aunque las declara el Nobel de la Paz-, no las gana nadie y las perdemos todos.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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