Acaba de morir Ronald Biggs, celebrity del atraco al tren de Glasgow. Para quien no sepa nada sobre el personaje, decir que su leyenda nació el 8 de agosto de 1963 cuando su banda se llevó del correo postal sobre raíles 2,6 millones de libras, lo que hoy equivaldría a 54 millones de euros. Detenido un mes más tarde por Scotland Yard, fue condenado a 30 años de cárcel, en la que apenas estuvo 15 meses. Ronnie, que así lo apodaban, logró descolgarse a través de una cuerda y saltar sobre un camión rumbo hacia una vida de ensueño: cirugía plástica en París, transición burocrática en Australia y exilio dorado en Brasil. El gran robo (1967), película dirigida por Peter Yates, o la grabación como ocasional vocalista de los ‘Sex Pistols’ de la canción No one is innocent –Nadie es inocente– contribuyeron a agrandar la leyenda. Sólo cuando se sintió enfermo y arruinado –38 años después– decidió volver al Reino Unido.
Como en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, Biggs acabó enfrentándose a su propia soledad. Ni la extrovertida verborrea ni el enfermizo exhibicionismo ni la fama del rufián nacido en Stockwell le libraron de su condena más amarga. No lo hizo en pareja, como Martha y George, los protagonistas de la obra teatral de Edward Albee, pero sí entre rejas, ajeno al mundo que jaleó su «¿hazaña?» y, al final, ingresado en un hospital de extrarradio, en la brumosa ciudad de Londres.
La muerte de Ronald Biggs coincide con el resurgir del ‘caso Blesa’ y ciertos email malolientes, con el dinero ‘b’ del tesorero Bárcenas, con los registros policiales de la sede nacional del PP y la de UGT-Sevilla, con el cambalache de subastas eléctricas y el papelón del ministro Soria, con…
«El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan», Pablo Neruda dixit.