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Marcelino Izquierdo

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San Bartolomé y la 'solución final'

 

Cuando en vísperas de la Nochebuena, la alcaldesa de Logroño inauguró la nueva disposición de la torre de San Bartolomé, dejó bien claro que el acondicionamiento realizado «es una actuación provisional para mejorar el entorno de la iglesia hasta que se adopte una solución definitiva para esta zona de gran interés patrimonial».

Hay que aplaudir a Cuca Gamarra y a su equipo de gobierno el hecho de que, por primera vez en muchos siglos, los logroñeses podamos contemplar en buena parte de su esplendor la atalaya de San Bartolomé. Discutible es la urbanización alrededor del ábside Románico de la iglesia, rodeado de valla –realizada por los alumnos de la Escuela-Taller– y grava y con un enorme árbol ocultando parte de sus centenarias piedras, si bien resuelve de manera temporal la protección de esta zona inédita del templo.

Más inquietante se muestra el futuro, la «solución definitiva» que el barrio de la Villanueva ansía como agua de mayo. Para empezar, la muralla original del siglo XII, encontrada durante las obras, se ha tapado con un tablado de madera, en vez de aprovechar el hallazgo para continuar analizando los lienzos defensivos de la capital riojana.

‘San Bartolomé: ¿Otra chapuza?’, titulaba este Crisol hace tres meses y añadía: «Por desgracia -y ojalá me equivoque-, todo parece indicar que la muralla del siglo XII hallada en San Bartolomé va a correr la misma (mala) suerte que el castillo de Logroño -hoy, bajo la rotonda y paso subterráneo del Puente de Piedra-; que el convento de Valbuena -tapado por decenas de aparcamientos en superficie-; o que los restos de la iglesia románica de San Millán de la Cogolla -templo que algunos expertos comparan con la catedral de Jaca o San Martín de Frómista-, oculta con arena y losas de piedra, eso sí muy aparentes».

Aunque todos los expertos señalan al turismo -junto al mercado exterior- como el único motor de la economía nacional, Logroño y La Rioja parecen empeñados en ir contracorriente. Vino, gastronomía y patrimonio -a falta de playas y grandes museos- son los baluartes sobre los que debe sostenerse el atractivo turístico de la comunidad autónoma. Sin embargo, cada vez que aparece nuevo patrimonio las autoridades ordenan su entierro -como estamos viendo-m o, incluso, tirarlo por la borda, como ocurre con la Casa del Inquisidor que, en vez de aprovechar sus pinturas del Santo Oficfio o sus lagares, se entrega a una institución que seguramente estaría más cómoda en unas oficinas de la calle Pérez Galdós, por ejemplo.

Cuando lleguen las urnas primaverales del 2015, veremos qué ha propuesto la tan cacareada ‘solución final’.

Por cierto, ¿se sabe algo del arquitecto Álvaro Siza?

 

PD. Una noticia buena, otra mala y una pregunta al aire:

Días después de publicado este artículo, leo que Siza ha vuelto al barrio de autos. La buena norticia es que ha venido con su plan urbanístico debajo del brazo.  La mala noticia es que, según la alcaldesa Gamarra, en el más optimista de los casos el plan tardará más de ocho años en ser aplicado. Y la pregunta al aire es la siguiente: ¿Cuántos euros les ha costado a los logroñeses un proyecto encargado hace casi una década y que tardará otra década más -si se hace- ponerlo en marcha?

¡Ah! Del proyecto en sí, tiempo habrá de analizarlo

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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