Once años han transcurrido desde que el edificio de Correos cerrara las puertas para ser rehabilitado. Y hasta ahora. Levantado bajo la dirección de Agapito del Valle entre 1927 y 1932, Correos está considerado como el mejor exponente de arquitectura neobarroca de Logroño.
Historias aparte, la situación kafkiana que atraviesa el edificio de la plaza de San Agustín no es sino fruto de una monumental y carísima chapuza política, sobre la que los dos partidos mayoritarios han corrido un tupido velo.
Cuando, en los años 60, el inmueble sufrió reformas estructurales, los técnicos descubrieron que sus cimientos descansaban sobre un lecho de sarmientos y que, aún más abajo, pasaba un río subterráneo, como ocurre en otras zonas de la capital riojana.
En relación a la última reforma, allá por el 2002, sabemos que las obras fueron adjudicadas por la administración central, siendo Aznar presidente del Gobierno. Sabemos que el contrato, muy ajustado a la baja –estaba presupuestado en 2,6 millones de euros y adjudicado por 1,87 millones–, fue posteriormente modificado en precio y plazos. De hecho, lo que en principio iba a costar al erario público 1,87 millones, al final superó los 3,6 millones. Y sin incluir los gastos de mantenimiento, revocos en la fachada y la posterior colocación de andamios de seguridad en todo el perímetro, en prevención de un posible derrumbe.
Sabemos que, ya con Zapatero en La Moncloa, el entonces delegado del Gobierno denunció que la rehabilitación había provocado la ruina de Correos, y que el caso ya estaba en manos de la Justicia. Desde aquella denuncia han pasado más de nueve años años.
¿Quién se hace ahora responsable de semejante chapuza, que no sólo ha costado en potosí sino que, además, ha privado a la ciudad de un edificio histórico?