Santo Domingo de la Calzada celebra el 12 de mayo a su patrón y fundador 905 años después de su muerte, una ciudad cuyo pasado, presente y futuro está indefectiblemente vinculada al Camino de Santiago. A lo largo de los miles de kilómetros que recorren Europa y, sobre todo, la Península Ibérica, y que convergen en la tumba del santo patrón de España, son miles las historias, fábulas, milagros y leyendas que los peregrinos escuchan y transmiten desde hace siglos. Pero entre todas ellas hay una que destaca: el milagro del gallo y la gallina.
Así lo relataba el escritor y expresidente de la II República Manuel Azaña: «Un matrimonio, con un hijo mancebo y guapo, posó en Santo Domingo. La moza de la posada se prendó del mancebo y le requirió de amores. El mancebo rehusó. Al marcharse, la moza escondió en las alforjas del mancebo unas alhajas. Ido, lo acusó de robo. Salieron en su alcance, le hallaron el cuerpo del delito y fue ahorcado. Los padres se llegaron de noche, a recoger el cuerpo de su hijo, y hallaron que vivía. Fueron en busca del alcalde, que estaba cenando un pollo, y diéronle cuenta del caso. Se burló: ‘Cuando este pollo eche plumas y cante, vivirá tu hijo’. El pollo, en la cazuela, comenzó a echar plumas, se alzó y cacareó vivo. Tal es el milagro de Santo Domingo».
Portento y milagro
Según explica el profesor riojano Javier Pérez Escohotado, autor del libro ‘Santo Domingo de la Calzada, ingeniero en la tierra. Con el milagro del gallo y la gallina interpretado al fin razonablemente’, «el llamado ‘milagro del gallo y la gallina’ resulta de la fusión de un milagro y de un portento: el milagro de la conservación de la vida de un peregrino, que es falsamente acusado de ladrón y condenado a la horca, y el portento de la resucitación del gallo y la gallina en la mesa del alcaide del lugar».
La primera parte de la leyenda -el episodio del peregrino ahorcado- puede encontrarse en numerosas colecciones medievales de milagros, atribuyéndose la prodigiosa salvación del caminante al mismo Santo Domingo, a Santiago Apóstol o a la Virgen María que, físicamente, sujetaban al condenado para que la soga no le robase el último aliento.
De hecho, una de las primeras versiones, la atribuida al Papa Calixto en el famoso ‘Códice Calixtino’ -por suerte recuperado después de su robo en la catedral de Santiago-, se sitúa en la Tolosa francesa (Toulouse), allá por el año 1090.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, en la leyenda fueron cambiando tanto el origen de la familia (entre alemana y francesa) como el lugar de autos. De hecho, cada ciudad jacobea se apropia de la procedencia de tan famosos peregrinos, según se visite ciudades como Lyon, Vezelay, Prato, Módena o Lorena. El milagro, en resumen, siempre es el mismo y, de hecho, existen más de treinta ejemplos en la iconografía religiosa alemana.
«La historia del peregrino condenado a la horca, tras la falsa acusación de robo –argumenta Pérez Escohotado–, pertenece a la literatura devota medieval y se encuentra en los grandes repertorios de la época: en el ‘Speculum historiale’, de 1250; en ‘La leyenda áurea’, también de mediados del siglo XIII; en ‘Passional’, que data de los albores del XIV y, con algunas variantes, en las ‘Cantigas’, de Alfonso X El Sabio, escritas entre 1252 y 1284. Mucho antes incluso, hacia el año 1160, el ‘Liber Sancti Jacobi’ se hacía eco del milagro atribuido a Santiago, pero nada agregaba del portento del gallo y la gallina ni de Santo Domingo».
Berceo, Lope, Cervantes…
Esta demostrado que la “fusión calceatense” del milagro y del portento se produjo antes del año 1350, si bien no fue hasta el siglo XVI cuando se le atribuyó en exclusiva a Santo Domingo y a su ciudad jacobea como protagonista y escenario. Es a partir de ese momento cuando el gallo calceatense entroncó con la tradición literaria de la lengua castellana de la pluma de ilustres escritores como Lope de Vega, Baltasar Gracián, María de Zayas o Miguel de Cervantes, que sublima el milagro y el portento en ‘La gitanilla’, si bien en una versión más laica. No obstante, el milagro del peregrino sin las connotaciones calceatenses, fue incluido por Gonzalo de Berceo en ‘Los milagros de Nuestra Señora’, por Alfonso X en las ya mencionadas ‘Cantigas’ o por Pedro de Medina en el ‘Libro de las grandezas y cosas memorables de España’.
Desde que en el año 1445 se construyera la primera jaula para el gallo y la gallina en la catedral, y hasta el siglo XIX, todo peregrino que se preciara recogía del suelo las plumas caídas –o las mendigaba al sacristán– para exhibirlas en su sombrero. La pluma del gallo calceatense llegó a ser un ‘souvenir’ tan importante como el bordón, la calabaza y la venera.
Los milagros del patrón también se extendieron fuera de La Rioja, aunque casi siempre con protagonista de la comarca. Uno de los más conocidos tenía como protagonista a un joven de Santo Domingo, apresado por los musulmanes en África, que se encomendó al Santo. El guardián de la cárcel le confesó a su jefe el temor de que el cautivo fuera liberado: el moro, que estaba a punto de comerse un gallo, le espeta que tan fácilmente saldrá de la prisión como que resucite este gallo que se va a comer. En ese momento vuelve a la vida.
Es curioso, no obstante, que pese a la tradición, la devoción y la popularidad del Santo Abuelito, la Sagrada Congregación de Ritos de la Iglesia Católica no autorizara oficialmente a la ciudad de Santo Domingo la celebración de sus fiestas patronales hasta el 30 de junio de 1657.
Manuel Azaña
visita la catedral
En las ‘Obras Completas’ de Manuel Azaña incluye un cuadernillo titulado ‘Castilla la Vieja: 1926’, tres páginas repletas de breves apuntes que giran alrededor de la estancia de por Burgos y La Rioja, allá por el verano de 1926, fecha en el que don Manuel formó parte de un tribunal de oposiciones a notarios.
Y es que Azaña conocía muy bien La Rioja gracias a su amigo y posteriormente ministro bajo su mandato en la República, el arquitecto logroñés Amós Salvador Carreras. Hijo del prócer local Amós Salvador Rodrigáñez y descendiente directo de Práxedes Mateo Sagasta, Salvador Carreras entabló una inquebrantable amistad con Azaña en los años 20, alrededor del Ateneo de Madrid. De ahí que cuando el escritor viajó a Burgos, dedicó algunos día es disfrutar junto a su amigo por tierras riojanas.
El viaje de Azaña está documentado en la biografía escrita Cipriano de Rivas Cherif, donde cuenta con pelos y detalles cómo ambos amigos recorrieron los monumentos de la ciudad castellana, el monasterio de Fresdelval, Santo Domingo de Silos, Covarrubias, San Pedro de Arlanza y, por supuesto, Santo Domingo de la Calzada y su catedral.
Como hemos visto al principio, las notas de Manuel Azaña sobre el milagro del gallo y la gallina -que aquel mismo año cosechó el Premio Nacional de Literatura con el ensayo biográfico ‘La vida de Juan Varela’-, no distan mucho de la versión tradicional que se explica a los peregrinos en la propia catedral calceatense, pero es significativo que un intelectual tan destacado también dejara para la posteridad el famoso milagro de Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada.