Estoy a 800 kilómetros de La Rioja. Entro en una taberna y pido un pulpo a feira, unos berberechos al vapor y unas navajas a la plancha, todo regado con Albarino, que no es Rioja pero, fresquito, está muy bueno. Al fondo, el televisor desmenuza el Mundial de Brasil. De pronto, el deporte pone su punto y final con el Tour y la actualidad -la de verdad, vamos- regresa a la pantalla: El beatífico y nada teocrático Ejército israelí bombardea a los malvados integristas palestinos; El Gobierno firma con Rusia el convenio de adopciones internacionales dejando a las parejas homosexuales sin posibilidad alguna, pese a que la legislación nacional española, por ahora, les otorga los mismos derechos. Blesa, uno de los detonantes de la crisis económica que sufre el país -sólo Cajamadrid ha costado decenas de miles de millones de euros del maltrecho erario público-, sigue en libertad mientras el juez Silva, por una cuestión de forma, se sienta en el banquillo…
De pronto, aparece en la pantalla la imagen de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España. Habla encaramado a un atril con un fondo que más parece un plasma que un paisaje real. El plano se abre y, junto a él, aperecen varias autoridades riojanas. Está inaugurando, asegura TVE, el último tramo de la autovía del Camino a su paso por La Rioja. Recuerdo, días atrás, cuanto estaba todavía en Logroño, cómo la ministra de Fomento, Ana Pastor, acudía a la colocación de un tablero sobre el río Ebro del enlace que comunica con Navarra. ¿El último tramo? Me suena a mentira. Entre Santo Domingo de la Calzada y Grañón todavía queda trecho que infraestructurar. La imagen de Rajoy con un atril, en mitad de una autovía desierta, me huele a déjà vu, a NODO. El NODO del siglo XXI. Para Colmo, esta visita es la primera oficial que Rajoy lleva a cabo a La Rioja. De verdad: ¿es que Rajoy no tiene nada mejor que hacer que inaugurar una autovía, al ‘estilo caudillo’, con un retraso abochornante?