Afirma el hispanista Henry Kamen que «al igual que Franco creó una historia falsa para su España una, grande y libre», quienes «controlan el dinero» en Cataluña llevan años manipulando el pasado para alimentar el afán separatista. Es cierto que los sentimientos –como los miedos– son libres y que cada uno puede ser afecto o no a una causa, a una idea o a una bandera. Sin embargo, cuando esos sentimientos están andamiados en hechos que nunca ocurrieron –o, al menos, no como se cuentan–, o en el odio al vecino, aunque éste siempre se comportara con corrección, la legitimidad pierde peso específico.
El independentismo catalán ha querido vender que en 1714, hace tres siglos, se produjo «un choque entre Estados», cuando el Estado Catalán ni existía entonces ni había existido antes; habla de una «política de terror», cuando en aquella guerra civil la barbarie no fue monopolio de un solo bando; denuncia también «violaciones masivas de mujeres», cuando tal suceso no ocurrió, lo que Kamen califica como «mentiras oficiales».
Arrimando el ascua a su sardina, el separatismo catalán ha querido poner como ejemplo a Escocia –que en un referéndum legal votó por seguir perteneciendo a Reino Unido–, aún a sabiendas de que la historia y la realidad de ambos territorios son diametralmente opuestas. Para empezar, Cataluña gestiona un autogobierno del que ya quisiera haber gozado Edimburgo. En cuanto a la historia, ahí están las bibliotecas o Google sin ir más lejos.
Pese a todo, España tiene un problema con Cataluña que no se resolverá dejándolo que se pudra. Mirar hacia otra parte u ocultar la cabeza en un agujero no hará sino pertimitir que las posturas se radicalicen más y más. Cualquier solución pasa por el diálogo.