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Marcelino Izquierdo

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Ocho siglos de gloria contemplan a Diego López de Haro

El día 16 de septiembre se cumplieron 800 años de la muerte de Diego López de Haro, impulsor de su linaje, ‘mano derecha’ del rey Alfonso VIII y alférez del ejército cristiano en batalla de las Navas de Tolosa

 

“Murió Diago López, fillo del conde D. Lop, martes en XVI días de septiembre, era MCCLII”. Así de escueto era el párrafo con el que los ‘Anales toledanos primeros’ confirmaban el fallecimiento de Diego López de Haro, que le sorprendió en Burgos el 16 de septiembre de 1214. Hace de ello nada menos que ocho siglos. López II de Haro jugó un papel fundamental en el meteórico ascenso de la Casa Haro, linaje que atesoró gran relevancia en la sociedad política y militar del Reino de Castilla y, posteriormente, en el de Castilla y León a lo largo de la Edad Media. Días atrás, en su Nájera natal, se le recordó con la presentación de un sello conmemorativo en el Claustro de los Caballeros de Santa María la Real, lugar donde yacen sus restos junto con los de su última esposa, Toda Pérez de Azagra, en sendos sepulcros labrados en la segunda mitad del siglo XIII.

Aunque se desconoce la fecha exacta, Diego López II de Haro –llamado ‘el Bueno’ o ‘el Malo’, según quien contara la historia–, había visto la luz en Nájera hacia el año 1152, hijo de Hijo de Lope Díaz I de Haro, conde de Nájera y fundador de la dinastía, y de la condesa Aldonza. A lo largo de su vida, don Diego logró reunir un vasto territorio bajo su dominio, el más importante de la nobleza castellana durante el siglo XIII, compuesto por La Rioja, Castilla La Vieja y Trasmiera, Asturias de Santillana y de la Bureba, Vizcaya y Álava, además de otras ciudades del norte de la Península.

Tras de años de filias y fobias con Alfonso VIII, a partir de 1204 el rey y el noble najerino sellaron la paz y comenzaron a cultivar una sincera amistad que, años después convertiría a López de Haro en ‘mano derecha’ del monarca. De hecho, cuando Alfonso VIII impulsó una cruzada contra el Islam, junto al resto de los reyes cristianos peninsulares, no dudó en designar a don Diego alférez real.

Las Navas de Tolosa

Comenzaba el verano de 1212 cuando el ejército cristiano se agrupó en Toledo, formado por las tropas del aragonés Pedro II, del navarro Sancho VII El Fuerte, las castellanas de Alfonso VIII, las enviadas por Alfonso II de Portugal –el monarca luso permaneció en su corte– y las de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, San Lázaro, Temple y San Juan (Malta). Amén de un grupo de caballeros leoneses, pese a que el rey Alfonso IX no se sumó a la alianza, así como una nutrida milicia de cruzados ultramontanos, llegados de más allá de los Pirineos.

Avanzado hacia Sierra Morena, los cruzados se toparon con las huestes del Miramamolín, pertrechadas tras el desfiladero de la Losa, un paso tan angosto que un solo regimiento derrotaría a quien tratara de atravesarlo. Fue entonces –según cuenta la tradición– cuando un pastor llamado Martín Alaja –en el que la creencia cristiana quiso ver la mano de San Isidro Labrador– se ofreció al rey castellano para mostrarle un camino sin vigilancia almohade. Junto a un grupo de leales, López de Haro acompañó al misterioso cabrero en la oscuridad de la noche para comprobar que el atajo era seguro.

Así, el 16 de julio de 1212, don Diego desencadenó las hostilidades en Las Navas de Tolosa junto a su hijo Lope –que sería el sexto señor de Vizcaya (1214 y 1236)– y a sus sobrinos Sancho Fernández y Martín Muñoz. Detrás del alférez, 80.000 cristianos libraron una cruenta refriega hasta derrotar a 120.000 musulmanes comandados por el califa Muhámmad an-Násir. Fue en esa batalla en la que Sancho el Fuerte arrebató las cadenas que protegían la jaima del Miramamolín, y que hoy adornan el escudo de Navarra.

Botín de guerra

Era tal la confianza que Alfonso VIII tenía depositada en López de Haro, que le encargó el reparto del botín de guerra. «No quiero más, Señor, sino que al monasterio de Santa María la Real de Nájera se le devuelvan la villa y honor del puerto de Santoña, que los antepasados de Vuestra Alteza antiguamente le donaron», reclamó el noble riojano a su amigo el rey, cuando éste le preguntó por qué nada se quedaba para sí.

Del valioso botín capturado en Sierra Morena, el monasterio burgalés de Las Huelgas custodia el pendón de Las Navas de Tolosa, el más notable tapiz almohade de los que se conservan en España.

 

La muerte de don Diego fue un duro revés para Alfonso VIII, quien tenía prensado concederle la tutela de su hijo Enrique I y la regencia de Castilla. El monarca, sin embargo, fallecería semanas después, el 6 de octubre de 1214.

El pequeño rey Enrique, por su parte, murió a los 13 años, víctima de una herida provocada mientras jugaba con otros niños en el Palacio Episcopal de Palencia.

Bisabuelo de Diego López V de Haro, fundador de Bilbao

Por coincidencia en el nombre, existe cierta confusión histórica entre Diego López de Haro ‘El Bueno’ (c. 1152–1214) y su bisnieto Diego López V de Haro (1250-1310), apodado ‘el Intruso’, señor de Vizcaya y fundador de la villa de Bilbao en el año 1300.

Durante el siglo que trascurrió entre los mandatos de bisabuelo y bisnieto, la Casa de Haro sufrió innumerables avatares, la mayoría fruto de la rivalidad entre las familias de la nobleza castellana que pugnaban por ostentar el poder. Así, tras la muerte de Diego López II de Haro, su figura sufrió todo tipo de ataques, propiciados por el clan de los Lara, que se hizo cargo de la regencia de Enrique I de Castilla. De ser apodado ‘el Bueno’ en vida, el noble najerino pasó a ser denominado ‘el Malo’ en las reseñas históricas de la época, incluso por parte del cronista Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, que lo había conocido en vida.

En el medievo, ademas de las crónicas históricas, que siempre se inclinaban hacia la mano que les daba de comer, la buena y mala fama de los personajes ilustres era modelada por los poderosos a través de los trovadores de corte y de los juglares que alegraban villas y ciudades con sus canciones.

Con estas armas de la palabra, le atribuyeron a don Diego cierta responsabilidad en la derrota de Alarcos (1195), dolorosa batalla para Alfonso VIII y las huestes cristianas. En respuesta a estos bulos, escritores favorables a los Haro fabularon a finales del siglo XIII la historia de la ‘Judía de Toledo’ –llevada al teatro por Lope de Vega en 1617–, los amoríos del monarca con una bella hebrea, pecado que desencadenó el desastre de Alarcos.

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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