Hace 180 años Cenicero sufrió, valga la paradoja, una de las páginas más gloriosas de su historia. Fue durante la I Guerra Carlista, cuando las milicias liberales que combatían el carlismo, conocidas como ‘Urbanos’ defendieron la torre de la iglesia de la localidad frente a las tropas de Zumalacárregui. Y no sólo salvaron Cenicero de las garras absolutistas sino que, además, consiguieron que el general en jefe del ejército carlista volviera a cruzar el Ebro buscando otros objetivos en las tierras del norte.
Podríamos describir los sucesos que ocurrieron en la ahora ciudad riojalteña, los días 21 y 22 de octubre de 1834, cuando los leales de Carlos María Isidro –hermano de Fernando VII y pretendiente al trono de la reina-niña Isabel II– asediaron la torre de la iglesia parroquial de San Martín. Sin embargo merece la pena leer la crónica que para la historia dejó Manuel Olarte Caballero, comandante de los milicianos:
“La Milicia Urbana de Cenicero, de unos 40 hombres, resistió bizarramente durante 26 horas seguidas a las tropas de Zumalacárregui, de unos 5.000 soldados. Hubo escenas patéticas. Los carlistas obligaron a Doña Benita Hernáez, que tenía dos hijos encerrados en la iglesia, para que les intimidase a la rendición obteniendo a cambio perdón; doña Benita les conminó a resistir con estas palabras: “Hijos míos: me obligan a que os diga que entreguéis las armas, pero yo os aconsejo que os defendáis hasta el último aliento; y si me traen por delante con vuestras hermanas, matadnos antes que rendiros”. Sus hijos conmovidos la obligaron a encerrarse con ellos. Los Urbanos de Cenicero, con solamente 1.800 cartuchos, resistieron desde las once de la mañana hasta el anochecer del día 21 en la puerta de la iglesia, con algunos agujeros como troneras. Zumalacárregui tomó el fortín por la noche, obligando a los urbanos a encerrarse en la Iglesia formando otro débil parapeto, desde dónde siguieron contestando con cartuchos y tejas durante toda la noche. Zumalacárregui hastiado de sus infructuosos resultados decide dar fuego a la iglesia quemando altares, órgano, imágenes etc. utilizando para avivar el fuego mobiliario de las casas de Cenicero. Tratando de endurecer los efectos del fuego echaron en él cuanto pimiento molido y sin moler había en el pueblo. No murió ni uno solo de los encerrados en la torre, único lugar que se salvó de las llamas gracias a un aire castellano que inclina las llamas a la parte opuesta de la torre. El balance de las fuerzas carlistas fue de unos 60 muertos y más de 80 heridos. A las once del día 22, tras 26 horas de lucha, Zumalacárregui abandona Cenicero ante el temor de la llegada de auxilio, diciendo: “Bien merecen esos valientes ser premiados, si cosa mía fuera, no echaría en olvido su heroísmo”».
Tal fue la repercusión de la gesta que la propia reina otorgó a los valientes defensoras otras tantas medallas de oro en forma de estrella y a los doce más distinguidos, la cruz individual de Isabel II. Para aliviar a los urbanos cenicerenses, cuyas casas habían sido saqueadas por las huestes de Zumalacárregui. Se abrió una suscripción suscrición en toda España y parte del extranjero.
La Estatua de la Libertad
En homenaje de los defensores Urbanos, cuyo 180 aniversario es recordado por los vecinos de la ‘ciudad muy humanitaria’ -título que conquistaría por el heroico comportamiento de sus vecinos en el accidente ferroviario de 1903-, Cenicero cuenta con dos monumentos de los que está muy orgullo.
La Estatua de la Libertad es una figura realizada a escala de la Frédéric Auguste Bartholdi proyectó en Nueva Cork; fue erigida en el año 1897 y en ella están grabados los 71 nombres de los defensores de la torre. Obra del escultor Niceto Cárcamo, la ‘Libertad’ cenicerense fue fundida en Barcelona y costeada por las aportaciones populares, en las que tuvo mucho que ver la familia liberal que por aquél entonces encabezaba Práxedes Mateo Sagasta. En 1936, nada más estallar la Guerra Civil, el monumento fue retirado y ‘encarcelado’ durante toda la dictadura, hasta que en el año 1976 el Ayuntamiento la reinstaurada en la plaza de Cantabrana sobre un nuevo pedestal esculpido por el tándem Dalmati-Narvaiza.
El segundo de los monumentos es un bajorrelieve levantado en uno de los laterales de la parroquia de San Martín, también obra de Dalmati y Narvaiza, inaugurado en 1984 con motivo del 150 aniversario de los ‘Hechos de La Torre’.