Érase una vez un pastor que cuidaba el rebaño en los alrededores de su aldea. Aburrido de contemplar a sus ovejas, un día sí y otro también, buscó divertimento en la broma. «¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!», gritó con todas sus fuerzas, hasta que los vecinos llegaron al prado con la lengua fuera. «Ja, ja, ja, habéis caído como alevines», se mofó el pastor. Y como la chanza le hizo gracia, la repitió cuantas veces le vino en gana, con idéntico resultado: campesinos asustados yendo y viniendo a la carrera. Una mañana, sin embargo, el lobo atacó al ganado por sorpresa. El pastor se desgañitó hasta quedarse afónico: «¡Que viene el lobo! ¡El loboooo! ¡En serio, que viene el lobo!». Pero como los aldeanos estaban ya cansados de las alharacas del paisano, nadie acudió en su ayuda y el lobo pudo zamparse cuantas ovejas quiso.
Moraleja: «A un mentiroso no se le cree ni cuando dice la verdad».
¿Que a cuento de qué viene esta fábula de Esopo? Muy sencillo. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se ha sacado un triple de la chistera con el que pretende ‘desreformar’ la Constitución o, lo que es igual, dejar como estaba el artículo 135 de la Carta Magna antes de que el expresidente Zapatero pactara con Rajoy la supeditación absoluta del país al ‘rey mercado’.
Es curioso porque, cuando está en la oposición, el PSOE siempre se rasga las vestiduras y clama por denunciar el Concordato, por eliminar los recortes sociales, por no plegarse a los sinsentidos de Bruselas, por abjurar del capital… Pero cuando el Partido Socialista tiene el mando, cuando vuelve a tocar poder, si te he visto no me acuerdo. Una cosa es tener sentido de Estado y otra muy distinta hacer tabla rasa de sus señas de identidad.
Me temo que a los socialistas, después de mentar tantas veces el nombre del lobo en vano, les suceda igual que al pastor de Esopo.