Nájera disfrutó durante el último tramo del siglo XII y las primeras décadas del siglo XIII una época dorada de su historia. La muerte de Sancho Garcés IV en Peñalén, allá por el año 1076, supuso el principio del fin del Reino de Nájera que había vivido su momento cumbre con Sancho III El Mayor y con su hijo don García, fundador del monasterio de Santa María la Real. Pareciera que a Nájera se le apagara el esplendor.
Sin embargo, la elección de Sancho III de Castilla El Deseado, y la muerte de su esposa, Blanca de Navarra, en Nájera, darían a la entonces villa riojana una segunda oportunidad de atesorar poder y riqueza. No sería la última. Tres personajes tuvieron gran importancia en este reverdecer najerino: el rey Alfonso VIII, hijo de Sancho III y Blanca de Navarra y vencedor de las Navas de Tolosa; Diego López de Haro, impulsor de la Casa Haro; y Diego de Villar, médico real y uno de los mejores cirujanos medievales de la Península Ibérica.
Antes incluso de ser coronada, Blanca Garcés de Navarra dio a luz al primogénito de Sancho III El Deseado, que reinaría como Alfonso VIII (1158-1214). Aunque todo apunta a que Alfonso nació en Soria, el hecho de que su madre falleciera meses después de sobreparto y fuera enterrada en Nájera –su maravilloso sepulcro, joya del Románico, puede contemplarse en Santa María la Real– le vinculó fuertemente a la villa y a La Rioja en general. Como sólo contaba tres años cuando murió su padre, se designó para el rey-niño un tutor ente los Castro y un regente entre los Lara, las familias más influyentes de la época en el reino de Castilla.
Sin embargo, el artificioso equilibrio entre dos linajes enfrentados por el poder culminó en una guerra civil, contienda que el mismo Alfonso pondría fin cuando pudo empuñar una espada. Alfonso, que dotó a los najerinos de nuevos privilegios, contrajo matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, la gran reina trovadora europea. Él fue quien impulsó la Cruzada hispana que culminó con la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).
Por su parte, Diego López II de Haro, apodado El Bueno o El Malo, según quien contara la historia, había nacido en Nájera alrededor de 1152, hijo de Hijo de Lope Díaz I de Haro, conde de Nájera y fundador de la dinastía, y de la condesa Aldonza. A lo largo de su vida, logró don Diego reunir un vasto territorio bajo su dominio, el más importante de la nobleza castellana durante el siglo XIII, compuesto por La Rioja, Castilla La Vieja y Trasmiera, Asturias de Santillana y de la Bureba, Vizcaya y Álava, el Duranguesado, además de otras ciudades del norte de la Península.
Uno de sus biznietos, Diego López V de Haro –con quien algunos le confunden-, convirtió en villa la aldea marítima de Bilbao el 15 de junio del año 1300.
La Casa de Haro tomó el apellido de ciudad jarrera tras haberle sido concedido a Diego López (1075–1124) el señorío de la villa de Haro por parte de Alfonso VI de León, si bien la primera constatación escrita data de 1117, en la cual aparece su hijo Lope Díaz: «Donus Didacus Lópiz de Faro». Titulares del señorío de Vizcaya entre los siglos X y XIV, origen del posterior territorio histórico y provincia vasca de Vizcaya y fundadores de Bilbao, los Haro también «prestaron» los motivos heráldicos a los escudos de este territorio vascongado.
López II de Haro jugó un papel fundamental en el meteórico ascenso de la Casa Haro, linaje que atesoró gran relevancia en la sociedad política y militar del Reino de Castilla y, posteriormente, en el de Castilla y León a lo largo de la Edad Media.
Después de años de filias y fobias con Alfonso VIII –primero en favor de León y después en favor de Navarra-, a partir de 1204 el rey y el noble najerino sellaron la paz y comenzaron a cultivar una sincera amistad que, años después convertiría a López de Haro en ‘mano derecha’ del monarca. De hecho, cuando Alfonso VIII impulsó una cruzada contra el Islam, junto al resto de los reyes cristianos peninsulares, no dudó en designar a don Diego alférez real. Es más, Alfonso VIII tenía previsto otorgar la tutela de su hijo Enrique a López de Haro, pero la muerte del noble riojano lo hizo imposible.
“Murió Diago López, fillo del conde D. Lop, martes en XVI días de septiembre, era MCCLII”. Así de escueto era el párrafo con el que los ‘Anales toledanos primeros’ confirmaban el fallecimiento de Diego López de Haro, que le sorprendió en Burgos el 16 de septiembre de 1214. Hace de ello nada menos que ocho siglos. El alférez del ejército cristiano en la batalla de las Navas de Tolosa murió casi a la par que el rey. Las sepulturas de don Diego y de su esposa, doña Toda Pérez de Azagra –labradas en el siglo XIII–, pueden contemplarse en el claustro de los Caballeros de Santa María la Real.
El tercer personaje en discordia es Diego de Villar, un reconocido cirujano nacido en Villar de Torre (1160). Hijo de una familia desahogada, aprendió el arte de la sanación en los hospitales que cruzaban el Camino de Santiago, tanto en el del monasterio de San Millán de la Cogolla como en el de Santa María de Nájera, Profundizó sus estudios de medicina en Toledo, centro del saber cristiano, árabe y judío, donde practicar atrevidas operaciones, al tiempo que se empapaba de ciencias como la alquimia, al estilo de la época.
Este ilustre riojalteño fue médico de cámara del rey Alfonso VIII, a su hija la reina Berenguela y al futuro Fernando III El Santo, curó a príncipes y monarcas, entre ellos al emir moro de Sevilla y Diego López de Haro. Aunque algunos historiadores afirman que Diego de Villar murió en 1215 y está enterrado en Toledo, lo cierto es que un documento del rey Fernando, fechado en 1222, le concede unas prebendas en el valle del río Cárdenas, lo que pone en duda esa tesis. Es más que probable que antes de fallecer, el eminente médico riojano llegaría conocer al primer poeta en lengua castellana: Gonzalo de Berceo.
Conferencia pronunciada en la sala de Fundación Caja Rioja de Nájera, bajo la organización de la Asociación Filatélica, Numismática y de Coleccionismo de Nájera y comarca (ACONA)