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Marcelino Izquierdo

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Ollora, aldea abandonada

TEODORO LEJÁRRAGA

GUARDIÁN DEL MONASTERIO DE SUSO

 

Junto a una ladera y unas praderas, existe una pequeña iglesia derruida, que sólo conserva una triste espadaña y, a su alrededor, pequeños fragmentos de piedras de unas casas derruidas. Una aldea conocida como Ollora u ‘Orolla’, que así aparece el nombre en documentos antiguos. Una aldea que pertenecía a municipio de Pazuengos, junto a otra muy cerca del pueblo, también abandonada y conocida como Villanueva.

Ollora aparece como nombre tras una donación del monasterio de San Millán de la Cogolla en el año 944 por el conde Fernán González, donde aparece ya el señorío del abad emilianense sobre la hacienda monasterial de Pazuengos y Ollora.  De esta  pequeña aldea existía una romería en la que se acudía una vez al año al monasterio de Suso, costumbre que se remonta al siglo XI, años de esplendor espiritual del pequeño cenobio. Del pueblo de San Millán de la Cogolla dista Ollora alrededor de 5 kilómetros.

El monasterio de San Millán de Yuso, en los siglos XVII y XVIII, fue centro muy importante administrativo, económico y social, y eran muchos los pueblos que pagaban sus rentas al monasterio. Ollora también cumplía con sus rentas para el granero y la bodega de San Millán y sus diezmos en aquellos siglos. En el año 1717, Juan de Frades, vecino de Ollora, pidió al padre abad que librarse a los habitantes del lugar de la vejaciones del ‘merino de Pazuengos’, a quien acusaron de no obrar cristianamente ni como debía a favor de los pobres y de no administrar recta justicia, pues abusaba con frecuencia de las multas. Probados los cargos y acusaciones, el merino fue destituido.

Los Murubes

La casa de los Murubes procede de la anteiglesia de Galarza, en Arechavaleta (Guipuzcoa). Esta familia llegó en el siglo XVIII a San Millán de la Cogolla y también a Ollora, siendo sus miembros herreros y armeros. Lucas Murube (El Paluca) nació en 1761 en Ollora. Viajó a Sevilla con unos tíos, a Los Palacios y Villafranca, y a sus 18 años abrió en la localidad andaluza una pequeña fabrica de seda, objetos de hierro y armas, que comenzó a comercializar. En Los Palacios caso Lucas con María Álvarez Saldaña Baquero, con la que tuvo 14 hijos. Más tarde, aparecería Murube como escribano público y secretario del Ayuntamiento de Los Palacios y en 1803 obtuvo una Real Célula de su Majestad Carlos IV. El apellido Murube se extendió por buena parte de esa comarca sevillana.

En la actualidad un discípulo del prestigioso doctor logroñés Ramón Castroviejo, Juan Murube del Castillo, catedrático de Oftalmología de la Universidad de Alcalá de Henares, conserva su árbol genealógico de Lucas Murube, El Paluca de Ollora.

Ollora, junto a Pazuengos y otros pueblos limítrofes, contó en 1869 con un licenciado en medicina y cirugía de San Millán de la Cogolla, de nombre Leandro Lejárraga, a la postre padre de la muy ilustre escritora María de la O Lejárraga.

En los años 60 y 70 del siglo XX, las gentes de la aldea de Ollora emigraron a otras ciudades próximas,  como el caso de Lázaro, quien se trasladó a Logroño. Aquí una memoria suya y de su aldea abandonada, dice así:

 

¿Dónde están? Preguntan los muertos,

Ya no se oyen rezar Padrenuestros,

Ni las esquilas de los mansos corderos,

Las pisadas suaves de los ancianos abuelos.

Preguntad a los jóvenes que allí posan muertos.

Del silencio en la aldea, todo está quieto.

Ve tú, Lázaro bueno, ponte el ánima,

Date un rodeo, brinca la tapia el cementerio.

¿Ya vienes? ¿Qué hay de nuevo?

Nada de nada, la casa de padre destartalada,

La escuela sin tejas, la casa de Dios profanada,

Ni santos, ni Cristos, ni las campanas que

Ángel, el sacristán, de madrugada tocaba,

la taberna de Perico, con zarzas y endrinos,

la fuente la Tabanca sin agua.

¿Es posible que esto suceda?

Anda, corre, vuela lejos de la Aldea,

pregunta dónde fue el cura, el maestro, la lechera,

¡y mi único hijo! Ya comprendo,

Se casaría con la tahonera

¿Y el perro de Lanas que un día ladró?

A ladrones de fuera?

Ya vuelve Lázaro, a todos buscó

Todos fueron hallados.

El cura y el maestro en la ciudad

Bien cuidados, la tahonera y su hijo

Con un coche lujoso para el pan comerciado

¿Y el herrero? Con traje blanco levanta la mano,

Y luego el brazo a cientos de hombres que

van caminando.

Los zagales, perros y gatos, con cascabeles,

correas y trapos, por los parques de paseo

sin miedo a los cantos.

¡Mira! ¡Mira! Allí viene uno.

Es un buen mozo, ¿qué haces parado?

El hijo de Eugenio.

Por dónde vienes, muchacho?

Vengo por la Dehesa de Suso,

el camino de Santandrés me da miedo

A vosotros que estáis muertos

callado, bajito rezo:

Esta tierra de Dios, brillante como un lucero.

Aquellos cariños de madre,

el respeto al cura y maestro,

los cánticos celestiales en la ciudad…

está todo muerto. A nuestras mozas

las violan, nuestros pisos han asaltado,

y el pobre tío Gonzalo… en el fondo del

Ebro.. ahogado.

Por eso vuelvo a la Aldea, quiero

morirme en el pueblo, junto a vosotros,

en el camposanto viejo para que todos

juntos resucitar en el cielo.

 

(Tarsicio Lejárraga, 1973)

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Certezas, curiosidades y leyendas del pasado, de la mano de Marcelino Izquierdo

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