En cierta ocasión, siendo presidente del Consejo de Ministros, recibió Práxedes Mateo Sagasta una de tantas cartas ciudadanas que llegaban a su despacho oficial. Sin ambages, el remitente solicitaba al político riojano que le tocara el gordo de la Lotería de Navidad, pues necesitaba ese dinero de manera imperiosa.
Tras las chanzas de rigor con su secretario y otros colaboradores, ordenó don Práxedes archivar la misiva, que quedó varada junto a miles de sobres más en un desván de la Presidencia. Pero hete aquí, ¡oh casualidad!, que semanas después se enteró Sagasta de que al osado pedigüeño le había sonreído la fortuna con el segundo premio.
Hombre dotado de un enorme sentido del humor, el gran estadista nacido en Torrecilla le envió al sujeto cuatro letras preñadas de retranca: “Estimado señor: dado que el gordo de Navidad ya estaba comprometido desde hace meses, únicamente he podido conseguir para usted el segundo premio. Si es que mantiene su interés por obtener el primero, le aconsejo que, al año que viene, remita su solicitud con suficiente antelación. Un cordial saludo, Práxedes Mateo Sagasta”.
En esta anécdota quedan reflejados algunos de los políticos que nos gobiernan, capaces de prometer lo imposible o de vender su alma al diablo con tal de seguir anclados al sillón. Sabido es, como afirmaba Giulio Andreotti, que “el poder quema mucho… al que no lo tiene”. Sin embargo, lo que sin duda fue una jocosa broma por parte del ingeniero y periodista camerano, nuestros próceres lo practican sin ningún rubor, convencidos de que la memoria del votante es frágil
Pero, ¡ojo!, ni estamos en el siglo XIX ni la gente –con lo que lleva viendo y sufriendo durante los últimos años- está por la labor de comulgar con ruedas de molino.