Cuando el teatro Bretón de los Herreros reabrió sus puertas, tres lustros después del pavoroso incendio que había destruido el edificio original, Logroño luchaba denodadamente por salir de la grisalla cultural que todavía arrastraba desde el franquismo.
Cierto es que los ochenta fueron años apasionantes y en los que, sin apenas infraestructuras ni dinero, hizo la ciudadanía enormes esfuerzos por olvidar tantas y tantas décadas de vacío, de sufrir una ciudad que más semejaba un erial. Antes de que el Festival de Teatro tomara el Bretón como sede permanente, sus primeras ediciones habían despegado años atrás en incómodas sillas de tijera y la antigua Tabacalera como escenario o, más tarde, en el Auditorio Municipal, una sala sin aire acondicionado donde el calor veraniego se hacía insoportable.
Poco importó que el 22 de mayo de 1990, martes por más señas, el cielo amaneciera encapotado y que, desde las siete de la tarde, la lluvia cayera a plomo como si no hubiera mañana. Pasadas las ocho, la Reina Sofía llegó en su coche oficial a los puertas del renovado coliseo, descubrió la placa inaugural y sin peroratas ni golpes de pecho por parte de los políticos de turno –cómo se lo agradecimos–, el espectáculo programado abrió el telón. El Ballet Nacional de España, dirigido por José Antonio, deleitó a los privilegiados asistentes con el programa ‘Danza y tronío’, ‘Alborada del Gracioso’, ‘Ritmos’ y ‘Medea’.
Veinticinco años después, la capital de La Rioja todavía se ufana de un teatro que, como el Ave Fénix, resurgió de las cenizas. Un escenario inaugurado en 1880 como teatro Quintana y, después, Principal, hasta que en 1902 adoptó el nombre definitivo de Manuel Bretón de los Herreros, en honor al dramaturgo, poeta, periodista y académico nacido en Quel.