Eran las 4.58 horas del 20 de noviembre de 1975 –¡hace ya de esto cuarenta años!– cuando un despacho de Europa Press repicó machaconamente en todos los teletipos de periódicos y emisoras de radio del país: «¡¡Franco ha muerto!! ¡¡Franco ha muerto!! ¡¡Franco ha muerto!!». Cuatro minutos después, el irreflexivo redactor que tecleó la exclusiva desde la oficina de la agencia en Madrid y la difundió a través de toda España sudaba a mares y tragaba saliva, mientras un preboste de la Dirección General de Prensa, a grito pelado, le amenazaba por teléfono con hacerle tragar, letra a letra, la noticia que acababa de publicar. El anuncio, sin embargo, era irreversible. En pocas horas, toda la nación sabría que el dictador formaba ya parte de la Historia. Al entonces ministro de Información y Turismo, León Herrera y Esteban, no le quedó otra alternativa que declarar públicamente, a las 5.40 de la mañana, el óbito de Francisco Franco Bahamonde. La muerte clínica, en realidad, le había sorprendido al caudillo a las 3.20 de la mañana, pero el citado Ministerio no autorizó la emisión del comunicado hasta las mencionadas 5.40 horas, fijando el propio León Herrera la hora oficial de la muerte en las 5.25 de la mañana. Con estas palabras informó del óbito, a través de Radio Nacional, el ministro de turno: «Con profundo sentimiento doy lectura al comunicado siguiente: Día 20 de noviembre de 1975. Las casas Civil y Militar informan a las 5.25 horas que, según comunican los médicos de turno, su Excelencia el Generalísimo acaba de fallecer por parada cardíaca, como final del curso de su shock tóxico por peritonitis». Horas después, sería el presidente del Gobierno Arias Navarro quien pondría rostro y lágrimas al último capítulo del Régimen: «Españoles, Franco ha muerto».